Feo | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Julio de 2016

Feo, todo huele feo. En la más reciente encuesta de Gallup el 85 por ciento de los colombianos siente que la corrupción está empeorando en el país. Pero no es solo sentimiento. Para rematar el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional nos otorga el deshonroso puesto 83 entre 167 países. Y no es mera percepción.

Feo, todo huele feo. La corrupción no es el coco, no asusta a nadie; es una palabra aguda que aunque denota falta, connota viveza, no abuso de poder. Si algo parece evidente es que cuando hablamos del mal uso del poder en beneficio propio, de forma egoísta y en perjuicio de la mayoría, el escenario público es igualito al privado. Sin matices.

Feo, todo huele feo. Hasta en las empresas cuyos eslóganes no eran pura publicidad sino diáfana realidad, como el estribillo de Carvajal hace las cosas bien, por culpa de las malas mañas de sacar provecho privado en detrimento ciudadano, marcas como Kimberly, Familia, Cartones y Papeles del Risaralda, Papeles Nacionales, Drypers, Tecnoquímicas, Tecnosur, Scribe y Carvajal, nos mostraron con la cartelización del papel higiénico, los pañales y los cuadernos, que la corrupción ha hecho metástasis social.

Feo, todo huele feo. Es que el viciecito de la captación ilegal, el abuso de confianza, la falsedad y la estafa tipo Picas, lejos de desaparecer se encarna cada tanto en otros señoritos, como Jaramillo y en arribistas como Ortiz que quiso ser Jaramillo y al no poder se convirtió en su socio de pillaje modelo Interbolsa, cuyas lecciones de éxito empresarial podrían ser tentadoras para emprendedores que no desean construir riqueza sino usurparla.

Feo, todo huele feo. Aunque tengamos una batería institucional espléndida para atender la cloaca en la que nos hemos ido convirtiendo por cuenta de muchos, anuencia de otros, negligencia de algunos e indiferencia de todos.

Feo, todo huele feo, me digo mientras releo en La República de Platón el relato de Giges y las aventuras del pastor y el anillo que le permite la invisibilidad y la usa para hacerse a cosas que no le pertenecen: fortuna y poder. Es decir, obra bien mientras es visto, como lo afirmó Glaucón, hermano de Platón y filósofo también: “Si fuéramos invisibles a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos porque esta es nuestra naturaleza”.

Ya lo había advertido el tarambana de Miguel Nule, sumun de la viveza criolla, pero no le hicimos caso: “La corrupción es inherente al ser humano”.