Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Marzo de 2015

Su Majestad el Juez

“Algo huele mal en Dinamarca”

Hamlet

 

“Por ello el Estado siente como esencial el problema de la selección de los jueces; porque sabe que les confía un poder mortífero que, mal empleado, puede convertir en justa la injusticia, obligar a la majestad de las leyes a hacerse paladín de la sinrazón e imprimir indeleblemente sobre la cándida inocencia el estigma sangriento que la confundirá para siempre con el delito” (Calamandrei)

La historia de la judicatura está saturada de ires y venires. ¡Hitler tuvo sus jueces cómplices! ¿Dime con quien andas…? Los jueces, hombres de carne y hueso, detentan un poder supremo que los iguala al Creador. Si, el catecismo del padre Astete define a Dios  como un ser sabio, poderoso y justo y es en esta virtud que se supone que el hombre es hecho a su imagen y semejanza. Por esa razón, para impedir  su   manipulación, se les garantiza independencia para que juzguen obligados a sentir la justicia. Sentimiento y sentencia  son sinónimos.

Se ocupó esta columna, no hace mucho, de dilucidar qué es el derecho y se dijo  que, en definitiva, no es otra cosa que lo que el juez decida. De ahí que, como lo observara Calamandrei, el Estado se ha visto en calzas prietas para reclutar a los jueces. Claro, difícil  encontrar hombres probos a los cuales entregarles ese don de Dios. Hay que buscarlos con la lámpara de Diógenes.

La independencia del juez, atributo de su esencia, no es únicamente con respecto a un superior cualquiera: el Monarca o el Déspota. No, también debe ser independiente en su humanidad frágil, susceptible de ambiciones, recomendaciones, intrigas y vanidades. Su vocación debe ser el sentimiento por la justicia, una inclinación intuitiva del ser culto que no se nutre con la técnica superflua y que “el día que encuentre en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia” (Couture).

Uno de los tropiezos en la judicatura es el control de los jueces. Su lucha por la independencia los ha protegido hasta la inmunidad. Con mayor razón si se trata de los jerarcas de las Cortes. Los enfrentamientos con los otros dos poderes, el legislativo y el gobierno, alteran el equilibrio, (Locke), pero también lo altera el que para conseguir la elección o el aplauso  los aspirantes suelen caer en la ignominia servil, próxima a la simonía, lo contrario del Magíster Iuris.

Vivir honestamente es propio del hombre justo, y es honesto quien vive con decencia y moderación, recato, pudor, urbanidad, discreción y modestia. La “alcurnia” jurídica es solamente petulancia y en ocasiones un ardid para burlar el derecho. El peligro lo representan quienes  a través de los estudios del derecho solo persiguen satisfacer ambiciones económicas y no ideales; que para alcanzar una posición prevarican y complacen a sus jefes y electores. Razón tenía Calamandrei: escoger majestades no es elegir reinas de belleza.