Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 2 de Julio de 2016

Colombia de luces y sombres

 

LAS verdades que menos nos gusta conocer, son las que más nos interesa saber. A los pueblos débiles no les agrada decir la verdad, ni tampoco escucharla. El patriotismo no es ditirambo sino crítica constructiva. Se descubren los errores para que no se repitan, se señalan los vicios para corregirlos y las llagas para curarlas. El Patriotismo es en esencia amor admirativo Y anhelo apasionado de superación. Se quiere que la patria sea cada vez mejor y por eso se hace crítica; para servirla y porque se le ama.

 

La historia de Colombia es una paradoja, cómo es paradójico el pueblo colombiano. Es verdad, tiene grandes defectos, pero virtudes más grandes todavía. Por eso, los que hemos estudiado bien a este pueblo sabemos de la profundidad humana de su acción colectiva y tenemos fe en la fulguración de su destino.

 

El inconformismo es la base del progreso. En el país existe una constante histórica en el sentido de manifestar insatisfacción por lo alcanzado. Salta en el manifiesto partidista, en el editorial del periódico, entristece el poema,  gravita en la novela y trasciende en todo esfuerzo regenerador.

 

En Colombia no hay crítica sino endiosamiento o diatriba; el todo vale o el nada vale, para el 60% del país no ha llegado el raciocinio o la edad de la razón. Somos más sentimentales que cerebrales. Nos mueve más la fuerza de la pasión, que la fuerza de la idea. La crítica no es tribuna ni arte, sino un placer sádico. La exaltación moderada de los hombres meritorios une a los pueblos y armoniza los espíritus que son capaces de comprender el esfuerzo. El culto de la mediocridad anarquiza y empequeñece.

 

Las armas apasionadas -y los colombianos lo somos, ¿cómo negarlo?-  no conocen la indiferencia, preferimos siempre los extremos. De ahí que no sea infrecuente el rencor en nuestro medio. Para el colombiano que odia, el amor tiene sus tormentos y el odio sus delicias. Las penas y desgracias de aquellos a quienes se odian-llenan de mayor voluptuosidad que a su muerte. Pero el que odia olvida que es un bienhechor a pesar suyo.  Ahora al hombre odiado -que se sabe vigilado por su enemigo -comete errores y da pasos en falso.

 

El colombiano es paradójico y contradictorio, es valiente, casi siempre valiente, desprecia la vida, pero en ocasiones también sabe del miedo y de la cobardía- fuimos pusilánimes cuando el zarpazo imperialista de EE.UU. a Panamá y mutilación nos ardió como una quemadura-. Capaz de los vicios más repulsivos y de las más altas virtudes; capaz de cometer los más horrendos crímenes y los mayores actos de grandeza. El pueblo colombiano puede caer en el desaliento y en la abyección o  levantarse hasta las más elevadas cimas de la acción y el pensamiento, realizando una tarea eminentemente constructiva y creadora. Una u otra cosa dependerá del pueblo mismo y también, en buena parte, de sus técnicos, sabios, artistas, escritores, médicos, abogados, poetas, de sus “apóstoles” y estadístas.