Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Abril de 2015

Una enseñanza política de Lincoln

 

LINCOLN  fue un hombre de agüeros. Algunos de sus libros relatan misteriosas parábolas. Los sueños que decía haber tenido orientaron buena parte de su vida. Veamos el sueño premonitorio de su trágica muerte. Tengo miedo, mucho miedo expresó conmovido a sus familiares y amigos  más cercanos. “Hace unos días me acosté muy tarde. Esperé inútilmente unos informes políticos importantes que jamás llegaron… La fatiga me dominó.  Quedé profundamente dormido y empecé a soñar… Se hizo un silencio terrible en torno mío. Oí sollozos suaves y profundos. Caminé por los salones y no vi a los dolientes. Oía suspiros muy hondos y sollozos abundantes. 

¿Dónde estaba la gente que gemía con el corazón destrozado? ¿Quién murió? ¿Por qué lloraban? ¡En un rincón me esperaba una amarga sorpresa! Delante de mí tenía un catafalco sobre el cual reposaba un cadáver envuelto en ropa funeraria. Al lado montaban guardia los soldados. Vi hombres y mujeres  muy tristes que lloraban.

¿Quién ha muerto pregunté? Lincoln fue asesinado. ¡El  gentío creció exageradamente y el ruido me despertó! Esa noche no pude dormir más”. Alberto Lleras Camargo escribió sobre Abraham Lincoln: “Es prodigioso el monumento levantado por Estados Unidos a Lincoln…Todo es blanco, marmóreo, diáfano, desde la bóveda hasta el suelo, en el Capitolio de Washington… Y en el fondo está Lincoln, el honrado Abraham reposa majestuosamente en una silla. Los brazos huesudos descansan con dignidad. La luz ilumina su perfil imponente, gigantesco… Esta abstraído, lejano, idealizado…”              

En el monumento se lee el inmortal discurso de Lincoln. “Esta nación tendrá  bajo Dios, un renacimiento de la libertad. Y el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra”.

Lincoln dijo: “Solo concediendo la libertad a los esclavos, consolidamos y fortalecemos la libertad de los hombres libres”.

Fue impresionante el trato a los esclavos en Estados Unidos y en todos los  países del planeta. Los trataban como animales. Los marcaban con hierros calientes como si fueran novillos. Los reclutaban en África.  Allá iban  en los barcos negreros. Los traficantes mataban a los ancianos, a los  niños, a las mujeres y a los enfermos.  El transporte era horrendo. Por el hacinamiento, el desaseo y el calor era infernal se enfermaban y generaban olores insoportables. Los llevaban directamente a Norteamérica y los utilizaban como bestias de carga.  Les imponían faenas inhumanas. El trabajo en climas pavorosos, los cultivos de cacao, caña de azúcar, socavones en las minas.

La trata fue brutal. Desarraigados de sus hogares y comunidades, sufrían costumbres extrañas y ambientes muy diferentes a los africanos. Hasta se decía que esos salvajes no tenían alma. El gran Aristóteles expresó que  un esclavo era un animal que “hablaba”.

Lincoln, al comienzo, fue una voz solitaria y aislada contra esta ignominia. Sus argumentos, poderosos. Afirmó que el ideario que justificó la independencia de Estados Unidos sostenía la igualdad absoluta y total  de los habitantes. Que la esclavitud era envilecedora, degradante y manchaba la política americana. “Todos los hombres nacen iguales, decía la Constitución de Filadelfia, antes que Francia repitiera el mismo pensamiento”. Las consignas libertarias, el rechazo a la explotación del hombre por el hombre, la desigualdad, la opresión, la humillación y el desprecio por los débiles, eran inconcebibles en una nación que conmovió al mundo al separarse de Inglaterra. 

La batalla de Lincoln fue titánica. La Corte Suprema de Estados Unidos en numerosos fallos sostenía que los esclavos no podían ser ciudadanos. Los mismos norteamericanos segregaron a los negros. En América del Sur existió el mestizaje.