La cercanía en distancia kilométrica entre Belén y Jerusalén hacen de estas dos poblaciones un mapa geográfico para los cristianos; estas ciudades fueron escenarios inmemoriales en la historia de Jesús de Nazareth, calificativo último que pone en tela de juicio el lugar de su nacimiento, pues aun dudas hay acerca de este hecho y de ser capital de Israel.
Lo cierto es que la decisión del presidente de los Estados Unidos de trastear la sede de la embajada de su gobierno de Tel Aviv a Jerusalén ha despertado seria polémica en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y, al mismo tiempo, desórdenes violentos en Cisjordania y la Franja de Gaza, causando más de trescientos heridos y varios muertos, acontecimientos que en esta época, indudablemente, despiertan ansiedad entre los pueblos cristianos que evocan el nacimiento del Señor en un pesebre, víctima de la persecución del rey Herodes y, supuestamente, arribando a este planeta para reivindicar los derechos del hombre y consolidar la paz de la humanidad.
El pasado lunes, precisamente, se celebró el día internacional de los derechos del hombre, derechos que se acogen en virtud de tratados internacionales que, hipotéticamente, son garantía del respeto a la dignidad y control del poder para prevenir y castigar el abuso.
Esa hipótesis, prevista en los tratados internacionales, conjugados mundialmente en la Organización de las Naciones Unidas, suelen ser un artificio para encontrar disculpas e intervenir cuando hay intereses principales y en otros casos convertirse en homenaje a la bandera, pues su burla pasa impunemente.
La historia del despotismo la explica Hannah Arendt en su obra “Los orígenes del totalitarismo”, explicación que sirve de instructivo para entender el imperialismo, incluso desde la época del Rey David, padre de Salomón, y su toma de Jerusalén: “El Pueblo de la Paz”; un irónico mote, pues no hay duda de que ese pueblo es y ha sido la manzana de la discordia - tratado de Oslo- ahora llevada a la mesa del conflicto por el señor Trump, que en su enferma mentalidad y para satisfacer a su yerno ha decidido provocar otro conflicto. Un apurado análisis de su personalidad hace suponer que es un belicoso que aspira a inmortalizarse generando un suceso que trascienda históricamente, no importa que sea la causa del tercer aprieto mundial que la humanidad entera espera, independientemente de que haya tribunales y códigos internacionales que para nada sirven.
La toma de Jerusalén, propia del imperialismo judío, después de la Guerra de los Seis Días, se consolidada en la Ley de Jerusalén 1980, descalificada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, determinación que es, precisamente, la que el gobierno estadounidense ahora desacata, no importa que en la reunión de estos días los miembros de esa organización, al unísono, hayan censurado la proclama del suegro del señor Hared Kushner, pues en el imperio también hay tráfico de influencias.