La incertidumbre | El Nuevo Siglo
Lunes, 5 de Febrero de 2018

“Lo prudente es dudar en voz alta”

Existe la anécdota de un general estadounidense quien, en una grave crisis durante la guerra fría, consultó a la computadora más avanzada del momento, llamada Univac, si habría guerra nuclear. El aparato, tras un prolongado cálculo respondió: Sí. Alarmado el militar insistió ¿Sí qué? Univac replicó: Sí, mi general.

 La mente humana es como el general: aborrece la incertidumbre. La angustia ante el porvenir ha permitido la creación de los grandes sistemas filosóficos y científicos y aun hoy nos impulsa a consultar superordenadores y oráculos. Pero desde el siglo anterior la física teórica demostró, con Heisemberg, que hay un principio de incertidumbre inscrito en el universo. Y al reconocer esa limitación debemos admirarla como una aliada al conocimiento total, y no como una maldición. Decía él, ante la afirmación: si conocemos lo presente podemos predecir el futuro, lo falso no es la conclusión sino la premisa. Es una forma educada de reconocer que no sabemos en donde estamos parados.

Borges, quien vivió obsesionado sobre este asunto, señalaba que toda explicación sobre el universo es conjetural y arbitraria por una razón muy sencilla: no sabemos qué cosa es el universo.

 Algunos pensadores, reconociendo esa limitación, creen que, si se aplican principios de la biología en el que sí se puede decir que, los organismos nacen crecen y mueren, se puede analogar una civilización, de las veinte y una que han existido, para saber si la nuestra está joven o pereciendo. Es decir que hay síntomas de los inicios, la plenitud y la decadencia.

 Spengler y Sorokin son de esa escuela, para refutarla tendríamos que aguardar un par de siglos cuando el asunto tendrá una importancia ajena a nuestros afanes. Pero no es válido con unos datos históricos intentar determinar el resultado de un partido deportivo o una contienda electoral como lo han pretendido algunos buenos observadores de la realidad nacional.

El presente no es rehén del pasado. El futuro no está hipotecado al ayer y sobre la premisa de la hipoteca se puede a veces acertar o no, pero se llega allí por azar, no por un criterio válido de lo que es cierto. Creer que esos comentaristas son objetivos por que predicen la propia derrota del candidato de su preferencia, puede demostrar cierto ascetismo digámoslo así y bastante pesimismo, pero no garantiza que ese método fatalista no sea defectuoso. El futuro es una creación, una vivencia siempre nueva, una aventura y no una sobre determinación. Incluso si la creación viene encriptada en ciclos y eventualmente decae como creía Spengler. Quien, dicho sea de paso, acertó al predecir en los inicios del siglo XX que habíamos entrado “a la era de los Cesares”, en un paralelo con Roma y fueron surgiendo Hitler, Mussolini, Stalin y Mao.

Si en efecto no sabemos en donde estamos parados, lo prudente es dudar en voz alta, proclamar la necesidad de convivir con la incertidumbre, y observar como lo nuevo, casi siempre al principio imperceptible, se manifiesta. Y no cerramos.