Sigue resultando altamente sorprendente cuán de nicho continúa siendo la obra de Han Kang en lengua española para lo lejos que sus letras han llegado en el panorama literario global. Aquí hay que agradecer la gallarda labor de la editorial independiente Rata, que en 2017 apostó por traducir el laureado texto “La Vegetariana” con el que, un año atrás, la autora coreana se embolsaría el prestigioso International Booker Prize ante la estupefacción de aquellos que en la quiniela teníamos apuntados a otros finalistas más conocidos, como “Una Sensación Extraña” del curtido Orhan Pamuk (Premio Nobel 2006) o “Los Cuatro Libros” del prometedor Yan Lianke.
De no haber sido por aquel salto editorial de fe, al que posteriormente le acompañarían “Blanco” (2018) y “Actos Humanos” (2020), Han Kang posiblemente sería otro más de los cientos de brillantes escritores asiáticos que no consiguen traspasar la frontera lingüística de los montes Urales y los lectores hispanohablantes nos habríamos perdido de una pluma de tremenda sensibilidad. Por ello, es un gran motivo de celebración que esta misma semana un extracto de su bibliografía, “La Clase de Griego”, originalmente escrito hace más de una década, finalmente llegue al público masivo de la mano de Random House.
Entonces, ¿qué pueden esperar los lectores que se embarquen en “La Clase de Griego”? Para ello tenemos que remitirnos a su último hit, “Blanco”, un collage de mini relatos que gravitan alrededor de este color y con el cual en 2018 Han Kang casi repite su hazaña en el International Booker Prize, donde fue derrotada en la final por “Los Errantes” de Olga Tokarczuk, ganadora del Premio Nobel aquel mismo año. Curiosamente, ambos textos comparten muchísimos elementos, tanto en su estructura de capítulos cortos y aleatorios como en la fuerza centrípeta que los atrae hacia su núcleo conductual, siendo el color blanco para Han Kang y los viajes para Olga Tokarczuk sus respectivos motores.
“Blanco” es, en esencia, una colección intimista de reflexiones sobre situaciones mundanas que nos permite apreciar la capacidad de la autora para destilar lo sublime de los lugares más inesperados: el polvo reflejado en un haz de luz de luna que se coló por una ventana, los grandes copos de nieve que aterrizan sobre nuestro abrigo negro o el vaho que se escapa de nuestros pulmones en una fría mañana de invierno. Cualquier detalle cotidiano puede dar pie a una sentida elucubración sobre el dolor de la pérdida de un hijo recién nacido, la reconstrucción de una ciudad asolada por la barbarie de los nazis o la percepción de uno mismo y sus raíces cuando se adquiere la calidad de extranjero. Todos ellos, temas transversales sobre los que se va y viene entre líneas.
Un libro tan catártico como bellamente escrito. Sin capítulos de relleno para abultar páginas ni palabras de sobra allí donde todo lo que tenía que decirse ha sido dicho ya. Ese es el estilo al que es fiel Han Kang, el de la sutileza sentimental, y del que esperamos poder seguir disfrutando en “La Clase de Griego”. Falta poco para saberlo.