En medio del dolor y la agresión que ha padecido, Israel tiene una misión superior con las operaciones terrestres de respuesta: liberar para siempre a Gaza de la dominación oprobiosa de Hamás.
Me explico. En realidad, no hay una sola Palestina: hay dos.
La primera, es Judea y Samaria, gobernada por los legítimos herederos de Arafat. Se trata de palestinos relativamente moderados que desde Ramala fueron aprendiendo a superar el terrorismo.
Ellos desarrollan prácticas democráticas internas, cooperan con el mundo occidental y han sido capaces de asumir compromisos con Jerusalén.
La otra Palestina es la de Gaza, separada, no solo territorialmente de la primera, sino absolutamente distinta en identidad y criterios políticos.
Lo que pasa, claro, es que Gaza ha estado sometida al régimen totalitario y opresor de una Organización-Estado: Hamás.
Hamás es un híbrido absolutista que, aun cuando controla un territorio que no es un Estado, se comporta como gobierno autocrático, organización armada, y ONG autorreferencial.
Simbióticamente, sus lazos con Irán le han servido para lanzar recurrentemente ataques indiscriminados sobre territorio israelí, como el del 7 de octubre.
Esa combinación le permitió elegir un momento oportuno: la sociedad hebrea estaba atomizada y el Congreso norteamericano -como su mejor aliado- estaba desbarajustado.
Si a eso se le suma una cierta ‘indefensión inducida’ de la sociedad israelí, o sea, un relajamiento del sistema de seguridad al suponer que el pacifismo es más rentable que el estado de alerta continua, queda claro que la misión destructiva de esa O-E se facilitó por completo.
En consecuencia, hay dos tipos de víctimas en todo esto.
Los judíos, como víctimas recurrentes; y los propios gazetíes, como víctimas permanentes.
De tal manera, la estabilidad en Oriente Medio solo se puede concebir si se consigue liberar a los palestinos de Gaza de ese régimen despótico y tóxico.
Por supuesto, tal iniciativa estratégica requerirá, primero que todo, de superar la mencionada indefensión inducida.
También, hacer todo lo posible por rescatar a los rehenes donde quiera que se encuentren, aunque siempre sobre el entendido de que una sociedad milenariamente resiliente ha tenido que comprender la antropología del sacrificio.
Asimismo, exigirá contener y disuadir el apetito agresor iraní, algo en lo que Israel es maestro, a pesar de la astenia reciente con la que había venido comportándose.
Del mismo modo, implicará seguir negociando y normalizando las relaciones con Riad, ya que tras la ofensiva terrorista, lo más probable es que los saudíes también quieran hacerlo, precisamente, para no quedar convertidos en otros rehenes de los persas.
Y, por último, empoderar y extender a Gaza el gobierno de Mahmud Abbas, el presidente de la Palestina moderada, para que, una vez normalizada allí la situación, las tropas israelíes puedan retirarse a sabiendas de que un nuevo momento histórico podrá construirse con los palestinos que rechazan el terror, así como la manipulación y el telecontrol iraní.