MARÍA CLARA OSPINA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Enero de 2014

Se destapó una olla podrida

“En Venezuela la violencia callejera es pan de cada día”

Cuando se vieron asediados  por asaltantes,  la ex reina de belleza venezolana Mónica Spear y Thomas Berry, su marido, pensaron que la mejor manera  de protegerse y proteger a su hija de 5 años, quien viajaba con ellos, era subir las ventanas de su carro y poner los seguros de las puertas. ¡Gravísimo error! Este acto, perfectamente lógico en otro país y en otras circunstancias, en la Venezuela de hoy resulta ser fatal; increíblemente el hecho de que la pareja tratara de salvaguardarse les costó la vida y dejó herida, de un balazo en una pierna, a su hijita.

Lo que ignoraban ellos era que, para los delincuentes venezolanos, cualquier intento de defensa de sus presas es tomado como una ofensa suprema; un intento a no someterse a su poder absoluto, a su voluntad, un intento de rebeldía en su contra. Así, el grupo de facinerosos, borrachos con su capacidad de hacer lo que se les viene en gana impunemente, aun asesinar sin la menor contemplación, acribillaron a la pareja a balazos y dejaron herida a la niña. Luego, partieron a su barriada a ufanarse de haber cometido un crimen más. ¡Tan fácil! Dos muertos adicionales a la cuenta de estos asesinos. Algo que les da prestigio entre su gallada. ¡Tan machos! dueños de la vida y la muerte, capaces de matar sin misericordia, ni arrepentimiento, sin parpadear.

En Venezuela, la violencia callejera, llevada a cabo con odio y sevicia, pasó de ser algo ocasional a ser el pan de cada día.

Y mientras el gobierno lo niega y trata de ocultarlo, inclusive dando cifras manipuladas en todos los medios bajo su control, los criminales, en su mayoría jóvenes desempleados de barrios pobres y olvidados, hacen con sus víctimas los que se les viene en gana y andan por ahí tan campantes, porque ese odio y violencia lo han aprendido del discurso violento, soez y cargado de resentimiento y amenazas de los líderes de su revolución, el difunto Chávez y su heredero Maduro.

Hace poco más de una década nada de esto sucedía en Venezuela, pero ese discurso de odio y violencia entre clases, promovidos por las voces de la revolución, mal llamada bolivariana, ha ido calando. Igual sucede con la frustración por las promesas no cumplidas de esa revolución, por la miseria que aumenta y no aminora a pesar de las ofertas de sus líderes y, sobre todo, por la impunidad y la corrupción que florece en el país.

Sin embargo, el gobierno no solo niega lo que está ocurriendo, sino que no hace nada para evitarlo, ni castigarlo.

Bueno, señor Maduro, le llegó la hora de reconocer lo que pasa, porque la muerte de la bella Mónica, tan amada por los venezolanos, ha destapado una olla podrida y esto no podrá barrerlo debajo de la alfombra, ni achacárselo a los gringos u  otros enemigos de la revolución. Ojala que de algo sirva estas trágicas y lamentables muertes. Ya no se podrá ocultar ni negar la violencia que azota al país, ni mucho menos sus causas.