María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Marzo de 2015

La humildad, arma poderosa

 

El arma más poderosa que utilizó Mahatma Gandhi en su lucha por obtener la independencia de la India del Imperio Británico fue, sin duda, su humildad. Esa imagen de hombre manso, que se alimentaba solo con comida sencilla, usaba como vestimenta una ruda tela para envolver su cuerpo y sandalias campesinas, fue lo que hizo que su pueblo lo siguiera. Pero sobre todo, fue su lenguaje humilde, sin aspavientos, sin amenazas ni arrogancia, pero certero, lo que lo llevó al triunfo.

Lo mismo se podía decir de Nelson Mandela, artífice principal del fin del Apartheid -la vergonzosa segregación entre negros y blancos que asoló a Suráfrica por décadas- quien luego de ser liberado después de 27 años en prisión, aceptó todos los merecidos honores que sobre él llovieron, incluso el Premio Nobel de la Paz y su elección como primer Presidente de raza negra de su nación, con una humildad conmovedora.

Hoy tenemos dos ejemplos latentes de hombres que, con su humildad, han captado la atención y el respeto del mundo. El Papa Francisco, quien no cesa de conmovernos por su sencillez y humildad, y el expresidente de Uruguay,  José Alberto Mujica.

Ambos hablan de los temas más difíciles con la voz más sencilla, con las expresiones más humildes, sin echar mano del poder que poseen o de retóricas grandilocuentes usuales en otros líderes.

Los dos combinan la humildad con la austeridad; se niegan a cambiar sus costumbres sencillas por tradiciones pomposas o lujosas que les corresponden por su rango, pero que les molestan y sienten innecesarias y lejanas a su temperamento.

Estos cuatro líderes son un ejemplo para nuestros gobernantes, políticos, legisladores, magistrados de las cortes, y, en especial en este momento, para los negociadores de paz de las Farc.

Cómo serían de distintas las negociaciones si los voceros de las Farc se animaran a mostrar algo de humildad. Si un día reconocieran su culpa en este conflicto con sinceridad. Si dijeran, “sí, somos culpables de haber asesinado, secuestrado, destruido poblados enteros, torturado y amedrentado a los colombianos y hoy lo reconocemos”. Si se disculparan. ¡Sería un poderoso milagro! Creo que en ese momento todo estaríamos dispuestos a comenzar a perdonar. A abrir la puerta de la reconciliación.

Parte del problema de estas negociaciones, quizá el más grande, es la arrogancia de los negociadores de las Farc. El lenguaje soberbio y engañoso que usan. Oírlos decir que ellos no tienen la culpa de nada. Oírlos inculpar al Gobierno, al Ejército, a la sociedad civil, al mundo entero, sin reconocer ni un ápice sus crímenes es muy doloroso para todos los colombianos. Se equivocan con su arrogancia.

Valdría la pena que analizaran la actitud de Gandhi, Mandela, Francisco y Mujica y aprendieran de ellos. La humildad puede ser un arma poderosa.

Quizá, su aparente aceptación de culpabilidad en la siembra de minas antipersonales y su voluntad de ayudar a desactivarlas, sea un comienzo. Un indispensable cambio de discurso, de lenguaje y actitud de parte de las Farc. Si es así, podríamos decir que hemos comenzado a recorrer el camino de la reconciliación.