Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Marzo de 2015

“El escéptico no sabe cómo creer” 

Percepción de lo infinito

Humor, ciencia y religión

Ante  el enigma la ciencia dice: ¡Ajá! El arte dice ¡Ah! La religión dice: ¡Oh!  Y el humor:Jajá.

Son dimensiones compatibles excepto cuando una de ellas niega a las otras. Si la teocracia es totalitarismo, el cientifismo es ahogo. Y quien carece de sentido del humor no tiene forma de librarse del pesado lastre de sí mismo.

La reprimida ahora es la conciencia religiosa y cualquiera empieza sus admoniciones atacándola. No hubo negación tan insidiosa contra el sexo en el victorianismo como la que se dio contra las religiones en el último medio siglo. Y el lugar común  aprovechó ese facilismo para asaltar una fortaleza tomada. Lo cierto es que en el  humano existe el “sensus Dei”, la arrobante percepción de lo infinito que hay en todo lo finito. La religión es la conciencia de ese sentimiento. Es inútil justificarla como es vano explicar un chiste. Ser agnóstico como se declaran algunos cautos es, dicho sea de paso, incompatible con ser ateo. El agnóstico tiene el motor en neutro, el ateo lo tiene en reversa. Su negación señala a Alguien.

De las 21 civilizaciones historiadas por la Royal Society ninguna ha carecido de religión. Si la religión es negada, esa civilización colapsa.

A diferencia de la filosofía la ciencia, esencial como es, no sabe decir qué es lo que sabe, no responde al porqué ni al para qué, sino al cómo.

Los severos críticos que se escandalizan con razón por los errores de los monjes en el siglo X, están en mora de explicar por qué, aún hoy, las tres cuartas partes de los científicos obtengan sus ingresos de investigaciones militares cuando la capacidad de destruir al planeta se ha alcanzado. Ambos, monjes y científicos, fueron coaccionados por el poder político de su tiempo. No es este un argumento contra la ciencia. Ni la Inquisición uno contra el cristianismo. Ni la brutalidad israelí refuta al judaísmo, ni la Jihad al Islam. Esas aberraciones señalan el sujeto histórico feroz en las que esa espiritualidad, religiosa o científica, se dio. Si la educación en nuestra cultura fue el legado benedictino así como los colegios universidades y bibliotecas, se debe a que los monjes sabían que una ventaja en el entender lo es en el ser, pero que eso no bastaba para librar al hombre de la barbaridad, esa ingenuidad se la dejarían a la Ilustración enciclopedista, tan necesaria e insuficiente.

En cuanto al arte,Las Pirámides, el Mesías de Handel, el Machu Picchu, las Catedrales Góticas,La Capilla Sixtina, el Taj Mahal, son obras de la fe de quienes prefieren creer unidos a dudar por separado. Tales manifestaciones son el cruce de una epifanía con una sensibilidad. No son necesarias, sino superfluas, gratuitas. No pueden ser entendidas desde una perspectiva economicista. Sus arquitectos no sólocreían en la divinidad. Se trata de algo más visceral: no podían no creer en ella. “Sentimos a Dios con más certeza de lo que podemos expresar, y Él existe con más certeza de lo que podemos sentir”  decía San Agustín que afirmaba, adelantándose a Descartes, “dudo luego existo”. Él supo cómo dudar, mientras el escéptico no sabe cómo creer.