Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Abril de 2015

PLENITUD Y GOZO

¡Resucitó - Alleluia!

Qué  bien que en medio de tantas circunstancias dolorosas, que nos llevan a pensar que nos ha invadido la “cultura de la muerte”, se despeje el horizonte hacia la “cultura de la vida” cuando tras la muerte del Mártir del Calvario podemos decir con voz de triunfo: “¡Resucitó, Alleluia!”.“¿En dónde está oh muerte tu victoria?”, exclamaba el convertido Saulo de Tarso (I Cor. 15,55), al seguir con paso seguro en pos de Jesús resucitado, quien se le aparece en el camino de Damasco. Rendido, ante su esplendorosa verdad, pregunta: “¿Qué quiere que haga?”. (Hech. 22,10). Sigue sus indicaciones, con humilde búsqueda, y avanza, decidido en su fe,  hasta encontrar su vivir en este Jesús (Gal.2,26).

En medio de las fatigas y situaciones que llevan al borde de la desesperación, cuando nos asfixia el mal y se pierde el horizonte, cómo conforta el ánimo concluir una Semana Santa con estas voces y actitudes de entusiasmo, en pos de un Jesús que asume su reinado en una Cruz, pero dando proyección a un reino de verdad y de vida con resurrección gloriosa. Esta verdad que se abrió pasó en el mundo, y en cuyo testimonio dieron su vida todos sus apóstoles, y, luego, millares y millares de seguidores. Ante esta verdad terminamos diciendo como S. Francisco de Borja: “¡Quiero seguir a un Dios que no se muera, o si muere, en cuanto hombre, resucite para nunca más morir¡”.          

Qué bien, ante una humanidad tantas veces desconcertada por infinidad de hechos negativos, de tantas matanzas, injusticias, corrupción, empeños de aplaudir e implantar costumbres contra el bien de la humanidad como el aborto, el suicidio asistido (“eutanasia”), “matrimonios” de absurda y antinatural unión de personas del mismo sexo, qué bien poner en alto, con pleno convencimiento de su verdad, al Nazareno que muere pero sale victorioso del sepulcro... Qué bien que año tras año vayamos recordando la luz esperanzadora del Niño del pesebre y del divino Crucificado, con palabras y testimonio de amor y de perdón. Qué confortante ir en pos de quien acepta la muerte con triunfo sobre ella, y culmina su misión con resurrección gloriosa, y con fundación de su Iglesia que abriera paso a su verdad en todo el orbe, con promesa cumplida de asistirla y “estar con ella hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20).

¡Qué plenitud se siente, qué gozo íntimo y deseo de vivir viene como proyección de una fervorosa participación en las festividades que nos depara la fe! Es la “alegría del Evangelio”, exaltada por el Papa Francisco en su primera Encíclica, como culmen de gozos íntimos que traen paz verdadera a  personas y naciones, si en su búsqueda no se va en contravía de su mensaje. Paz que viene no justificando crímenes o pidiendo impunidad de ellos, sino con reclamo de enmienda y de justicia como respuesta sólida y estable a las angustias humanas, con acogida de su enseñanza sagrada, no solo con fe en su glorioso triunfo sino participando en nosotros de un nuevo y purificado vivir, adheridos a Él con gozo, diciendo, con seguridad infinita cuanto reconocía nuestro máximo vate colombiano: como respuesta a injusticias humanas hay: “una sola palabra Jesucristo”.

A quienes hayan pasado estos días santos lejos de estas confortantes reflexiones les lleguen estas constataciones como llamado a acercarse a ellas, y reparar esa lejanía de estos días de radiante alegría de Pascua de Resurrección acogiéndolas con proyección a toda la vida. Gratitud a Dios por describirnos estas sendas de bien, que traen indecible gozo al alma, seguridad en el vivir terreno al sentirnos fabricando un futuro personal y comunitario con piso firme. Solo queda proseguir, con  alegría y esperanza, en pos de ese Jesús muerto y resucitado, ante quien hemos de decir: “¡Solo tienes palabras de vida eterna”! (Mt. 6,68).

monlilbardoramirez@hotmail.com

*Vicario en el Tribunal Ecco. Nal.