Es cierto que la política española es una de las más complicadas de entender. Pero lo que está sucediendo ahora es muy simple: se trata de una extorsión, o un secuestro, como quiera verse. Me explico.
El partido conservador ganó las elecciones generales. Pero en un sistema parlamentario la elección es indirecta y depende del equilibrio de fuerzas en el Congreso. De hecho, la suma de los diputados logrados por los dos partidos conservadores no es suficiente para conformar gobierno ; y cualquier tratativa sobre integridad territorial con los independentistas regionales queda descartada de antemano.
Asimismo, la posibilidad de que los segundos en la lista, es decir, los socialistas, actualmente en el poder, se abstengan para facilitarle la tarea a la derecha es prácticamente nula.
Por su parte, al actual presidente, Pedro Sánchez, tampoco le resultan suficientes las curules logradas entre él y sus socios de la extrema izquierda.
De tal manera, la única posibilidad que tiene de seguir en el poder es volver a negociar con los separatistas catalanes y vascos.
Esos secesionistas ( que son, unos de izquierda y otros de derecha ) ya hacen parte del gobierno actual porque han encontrado en Sánchez un socio complaciente y elástico.
A cambio de la coalición que lo sostiene en el poder, ellos han conseguido avanzar de modo sorprendente en su intención soberanista.
Incluyendo el indulto que Sánchez les concedió a los líderes que se encontraban en prisión.
Pero ahora, la negociación para que él pueda permanecer en el poder será mucho más costosa.
Ahora, los agentes disruptivos le exigirán las joyas de la corona : amnistía, y referendo regional para “decidir” si se separan del Reino.
Así que los socialistas -definidos a sí mismos como constitucionalistas-, no saben qué hacer : si respetar la Carta Magna, o violentarla.
De hecho, las figuras más representativas del partido, Felipe González y Alfonso Guerra, ya han tomado distancia de semejantes malabares.
Y otros críticos valiosos, como Leguina, o Redondo, sencillamente han sido purgados y expulsados, al mejor estilo sandinista.
Porque, al fin y al cabo, el asunto radica en que los constituyentes españoles, que en su momento previeron una situación existencial como esta, se las ingeniaron para refrenar cualquier apetito rupturista.
De tal modo, cuando se trata de la integridad territorial, las murallas son monumentales, de tal modo que ni siquiera en sueños los separatistas lograrían su objetivo.
Ahora bien, lo que debe tenerse en cuenta es que, lógrese o no, la proclamación de un nuevo Estado es para todo nacionalismo periférico un sueño, una utopía, un combustible populista que vale más por la esperanza que por el fin mismo que se busca.
En tal sentido, negociar, dialogar, dilatar, tirar y aflojar, tiene muchísimo sentido.
Al fin y al cabo, en eso consiste el encanto de todo movimiento secesionista: en vender sueños y falacias. En vender ilusiones.
vicentetorrijos.com