“Ah, claro, Bucaramanga. Yo tenía un piso en esa calle, cerca del Centro Comercial Colombia” dijo Luis mientras aceleraba por la autopista rumbo a una reunión cualquiera a la que igual llegaríamos tarde. Hasta ese momento jamás había concebido la idea, siquiera remota, de que aquel lugar que a mis siete años consideraba como la extensión plena del universo, al otro lado del Atlántico sería simplemente una línea de pavimento pintoreteado de ocho cuadras de longitud. Más que hablar de lo pequeña que era Bucaramanga, el comentario de Luis me evocó la silenciosa gloria épica de su antigua calle.
Tiempo después descubriría que el nombre de mi ciudad no era el único al que cientos de madrileños recibían su correo a diario, sino que nuestro país tiene su espacio para la nostalgia en las calles Chiquinquirá, Cúcuta, Manizales, Barranquilla, Nevado del Ruiz, Boyacá, Caquetá, Cali y Tunja. Aunque también me he topado con otras agradables sorpresas como la Calle Aracataca, Tucurinca, Tamalameque, Paipa, Guatavita, Chaparral, Corozal, Chimichagua y un segmento dedicado a Santander que incluye las calles Zapatoca, Curití, Simacota, Guapotá, Barichara y, por supuesto, la Plaza Aratoca. Demasiados golpes de añoranza, muchos más de los que un corazón migrante puede resistir en Navidad.
Pero pucheros aparte, hay que reconocer que las ciudades cuyas calles tienen nombres en lugar de nomenclatura son mucho más divertidas, aunque en Colombia hayamos reservado esta característica a las avenidas principales de gran recordación. Si bien es cierto que este sistema dificulta la ubicación, más cuando eres residente nuevo, también lo es que los fríos números que decoran nuestras esquinas nos han privado de espectáculos tan románticos como el avance contiguo y paralelo de las calles Don Quijote y Dulcinea por el barrio Cuatro Caminos de Madrid o de homenajes inmortales como la Calle Tintín y Milú cerca del Aeropuerto de Barajas y la Calle AC/DC en el municipio de Leganés.
Pero si de nombres particulares estamos hablando, el campeón de todos siempre será Zaragoza. La cuna de Goya no solo es atractiva por las deliciosas tapas de El Tubo y los dos misiles de la guerra civil que la Virgen del Pilar desactivó con la mirada, sino también por la creatividad callejera de sus urbanistas. Solo hace falta avanzar por la Avenida Séptimo Arte para leer a diestra y siniestra referencias inequívocas a clásicos eternos del cine: Casablanca, Ciudadano Kane, La Ventana Indiscreta, Los Pájaros, La Quimera de Oro, Los Puentes de Madison, El Resplandor y una decena más de filmes que vivirán para siempre en aquella ciudad junto a la Plaza King Kong, la Plaza Mary Poppins y la Avenida Super Mario Bros.
Poco serio o no, estos nombres son manifestaciones de la personalidad callejera de España, como la Calle Me Falta Un Tornillo, la cual nació tras una gran convocatoria pública de Ikea en Valladolid. La propuesta superó por una amplia votación a sus férreos contendientes: la calle “Como En Casa, Nada” y la calle del “Abrazo en el Sofá”. Así, la Avenida Bucaramanga hasta suena normal.