¡Quéjese! | El Nuevo Siglo
Miércoles, 10 de Enero de 2018

“El que no llora no mama” enseña el refrán popular. Una lección que se convierte, políticamente, en la expresión del derecho de petición. Las constituciones colombianas de esa manifestación popular reconocieron un vínculo entre el gobernado y el gobernante en virtud del cual se genera una comunicación para reclamarle a la autoridad el cumplimiento de sus obligaciones.
Curiosamente, no obstante ser esta una manifestación que podría suponerse como propia de la naturaleza, no se reconoce ni garantiza en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, ni tampoco en los Tratados Internacionales de la ONU o de la OEA. Un antecedente relevante figura en la Constitución Francesa de 1791.
Esta facultad concedida a las personas es la base fundamental de los procedimientos a través de los cuales se exige, reclama o demanda el cumplimiento de los fines del Estado de proteger a las personas en su vida, honra y bienes y la efectividad de los principios, derechos y deberes  sociales.
Es el Derecho de Petición una vía de consolidación de la democracia, pues los ciudadanos a partir del voto piden que a un candidato se le reconozca el derecho de asumir una posición de poder en la estructura estatal. Y aquí empieza la burla. El prólogo de las elecciones se manipula para evitar que las peticiones colectivas resulten contrarias a los intereses de las clases dominantes.
Pero el asunto ahora no se invoca con ese sentido, sencillamente hay que advertirle a los peticionarios que si algo quieren es preciso que seleccionen a conciencia a las personas que van a escoger como sus voceros para que sus necesidades sean satisfechas.
Para entender este significado, citar como ejemplo un hecho reciente, es un argumento elocuente. Los vecinos de Urabá decidieron pedir, masivamente, la rectificación de un gravamen -peaje- a la movilización por las vías públicas. Esa manifestación terminó disuelta, alegándose una perturbación del orden público. En el fondo lo que se hizo fue consolidar los intereses de la firma concesionaria y beneficiaria de ese gravamen. Mejor dicho, al niño que llora se le castiga para que no interrumpa el sueño y se le advierte que si no obedece se le priva de la teta.
¿Cómo hacer para que ese maltrato no suceda? Hay que escoger personas que escuchen los reclamos y las peticiones de las gentes, pues la experiencia enseña que a los sordos terminan obligándolos a oír a punta de golpes y bombas.
Si de verdad se tiene la intención de que el posconflicto conduzca al cambio de la conducta de la población hay que escucharla, de lo contrario sucede lo que con los niños que prefieren suicidarse con el lamento antes que admitir que se les someta al hambre. La oportunidad está dada. Solo que se necesita una labor pedagógica política para que la democracia sea una verdad. De lo contrario  se perderá el tiempo y el tiempo perdido… es un despilfarro.