Rafael De Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Julio de 2016

El suicidio como denuncia

ALGUNA vez el tema tabú era el sexo. Hoy es el suicidio. Una fuerza devastadora que se está llevando muchas vidas queridas y está originando unas tragedias inenarrables en muchas familias. Pero, sobre todo, el suicidio suscita cantidad enorme de preguntas sobre el modelo de vida en que estamos sumergidos actualmente. Y, acaso, se me ocurre pensar que es también y sobre todo una gran denuncia: no vale la pena vivir así. “Así” quiere y puede significar infinidad de contenidos: en abandono, en soledad completa, en ruptura de vínculos familiares, en ausencia de creencias fundantes, en acoso en las redes sociales y de la sociedad misma, en competencia despiadada. Cada persona que hace algo para cesar en su existencia está lanzando un grito desesperado, ya no para salvar su vida, sino quizás la de otros que hacen su mismo tortuoso sendero.

 

Pero con esta denuncia radical sucede lo que es tan frecuente en nuestro sistema jurídico: pocos paran bolas o no se atiende con la debida prontitud y diligencia. Unas pepas antidepresivas suelen ser la forma de salir del tema rápidamente. La denuncia, ya dijimos, es contra un sistema de vida lleno de mentira y falsedad, maquillado divinamente de perfección y eterna juventud. Y, posiblemente, denuncia contra la falta de tiempo para escuchar, pues todos vivimos demasiado ocupados en eso que llaman “éxito”. Familiares, sicólogos, siquiatras, sacerdotes, pastores, médicos, couchs, profesores, trabajadores sociales, religiosas, o estamos saturados de gente que necesita ser escuchada o estamos demasiado ocupados en otros menesteres que le quitan tiempo a los que más nos necesitan, ¡ni más ni menos que para conservar su vida!

 

Creo que estamos pasando de agache con un tema tan complejo como el suicidio y ni se diga el agache con respecto a todas las estupideces a las que le hemos dado cabida en la vida como supuestas maravillas y que no han hecho sino aplastar a multitudes enteras. Romper las familias, drogar “libremente” a la gente, independizar hasta el grado del abandono, viajar para olvidar a otros, delegar el amor a las instituciones, traicionar afectos y deshacer vínculos, despreciar a los menos capaces, etc, son el criadero de la desesperación y del sinsentido de la vida. Creo que muchos de los suicidas se adhieren rabiosamente al grito de Jesús en el contexto de su pasión: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Pero esta vez lo dirigen sobre todo a esta sociedad que posa de progresista, pero en buena medida no es más que una aglomeración de seres autosatisfechos y desentendidos de la suerte del prójimo.