RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Enero de 2014

El sentido común del Papa

 

“Hay que hacer el ejercicio de podar en la Iglesia”

¿Qué católico no ha tratado con un “monseñor”? Son los hombres importantes de la Iglesia jerárquica y generalmente se pronuncia ese título con aprecio y respeto, como debe ser. Sin embargo, ¿desde cuándo la humildad y gravedad del título de apóstol devino en un título cortesano? Son remanentes de la corte pontificia, huellas de viejas épocas en que los eclesiásticos eran también señores de este mundo y competían un poco en mundanidad y apariencias. Todo eso se ha ido desvaneciendo poco a poco, por fortuna. Francisco, pontífice, le ha echado tijera a esta situación y sin ofender a los actuales monseñores, reserva en adelante el título para veteranos servidores de la Iglesia, de al menos 65 años de edad. Poco a poco este obispo venido del sur de América va quitando de los hombros de la Iglesia lo que no es necesario cargar y mucho menos lucir.

Es conocida la situación que se presentó después del segundo Concilio Vaticano cuando se pidió o autorizó a los clérigos y a las religiosas el uso de hábitos más sencillos y acordes con los tiempos modernos. Además de liberarse de muchos metros de tela y litros de almidón, algunos hombres y mujeres consagrados, aparentemente por sorpresa, vieron disminuir la majestad de su ministerio y hubo desbandada de sacerdotes y monjas. La fe de trapo, la llamó algún agudo escritor. Siempre hay que hacer este ejercicio de podar en la Iglesia y quizás en toda institución de servicio: bajarle a los títulos, rasurar los oropeles, tumbar las rejas de entrada, quitar secretarias y poner a los servidores al alcance de quienes necesitan sus servicios a la mano y no entre la fronda de barreras artificiales.

Creo que en este orden de ideas el Papa Francisco nos está haciendo mucho bien. En un mundo tan esclavo de la apariencia, del poder, de la vanidad y la prepotencia de los que mandan, nada resulta ser un signo más evangélico que la sencillez y lo amablemente humano. Y de eso debe ser signo la Iglesia y en especial quienes somos sus ministros. Por lo demás, no hay palabra más reconfortante que la de “padre” cuando se dirigen a nosotros los sacerdotes y que nos recuerda una y otra vez que hemos ayudado a engendrar la fe en muchas personas. Esa es nuestra tarea y ese título de aire paternal tiene su encanto celestial. Paz a los monseñores actuales, paciencia a los que esperan serlo.