RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Julio de 2012

¿Qué tienen por dentro?

 

En la pasarela de las culpas nacionales el desfile se ha vuelto interminable. Hombres y mujeres de los más variados oficios, apariencias, patrimonios y estilos, caminan allí con sus pesados fardos llenos de dineros mal habidos, de muertes injustas, de rupturas familiares, de violencias increíbles, de relaciones escandalosas. Los veo pasar una y otra vez y no puedo dejar de preguntarme qué tienen por dentro, de qué están hechos. La única conclusión que parece saltar sola a la vista es la de que una tal cosa llamada conciencia no parece hacer parte de sus órganos vitales y más bien sí unos impulsos nunca refrenados ni racionalmente conducidos.

¿Qué hay en el interior de estos hombres y estas mujeres que son capaces de exponerse a todo con tal de lograr lo que se les venga en gana? No es fácil responder. ¿Cuál es el ingrediente que hace que una persona se meta en los mundos más oscuros, violentos y vengativos, a sabiendas de que será descubierta, que perderá vida, honra y bienes, que humillará a su familia y allegados, y que finalmente será un ser marginal de la sociedad? ¿Pueden un pedazo de tierra, una gruesa suma de dinero, un ápice de prestigio social, un reconocimiento político, una tajada del poder o una simple vanidad humana tomarse por asalto definitivo una vida y corroerla hasta acabar con ella? Pareciera que sí, pero aun así esto no alcanza a responder el interrogante acerca de lo que hay por dentro de quienes se entregan a esta aventura suicida.

Acaso este modo de vida nos revele una verdadera repugnancia por antiguas pobrezas o por el ningún reconocimiento social o una frustración inaguantable por la dificultad en el ascenso social. Quizás sea manifestación de una interioridad llena de violencias hasta ahora ocultas, de humillaciones no confesadas, de unas humildades francamente aborrecidas. Socialmente pueden, estos hombres y mujeres que suben casi que voluntariamente a la picota pública, ser los adalides de un grito sordo de rebelión contra el viejo orden, demasiado provincial, demasiado pobre y estrecho, excesivamente recatado y tedioso. Y con frecuencia suman a su rebelión y los hacen subir a la pasarela de los condenados a sus familias, círculos cercanos, entornos vecinales, con la sorpresa de que la mayoría de ellos tampoco opone mayor resistencia a esta visita al precipicio. Quizás la respuesta a la pregunta inicial sea que toda esta gente tiene por dentro una sed insaciable de llegar a ser alguien en la vida. Pero cuando están en la cumbre -su cumbre-, como nuevos Sísifos, deben retornar al punto de partida, peor que antes. Una verdadera tragedia criolla.