Una invitación me trajo a pasar esta Semana Santa en la capital de la República Dominicana, lugar que siempre había querido conocer, por su historia, sus edificaciones centenarias, su música y su reciente desarrollo y, les confieso, que todo lo que había oído se quedó corto; este es un lugar maravilloso.
En Santo Domingo, el centro de la ciudad antigua, perfectamente conservado, está lleno de parques donde se pueden admirar con calma las iglesia, mansiones, monumentos y frondosos árboles, sin que vendedores ambulantes interfieran con ese placer ofreciendo toda clase de baratija, como sucede en otros lugares.
La ciudad colonial, mayormente construida en piedra coralina a partir de la llegada de los conquistadores, goza de múltiples lugares históricos, entre ellos, el Alcázar de Colón, o Palacio Virreinal, concedido al primogénito de Colón, don Diego y a su mujer, María de Toledo, por el rey Fernando de Aragón, para que ejerciera el gobierno de la isla. Allí vivieron con su corte de damas y caballeros españoles, que dieron, con sus caminatas al borde del rio, el nombre a la famosa calle de las Damas, la más antigua del continente.
El Palacio de los Gobernadores, donde se instalaron los gobernantes posteriores a Diego Colón, fue usado como casa de gobierno, por más de 400 años, hasta la muerte del dictador Leónidas Trujillo. En el Panteón Nacional, están enterrados los patriotas que dieron a la Republica Dominicana su “segunda” independencia, cuando lograron su separación del dominio haitiano.
Visitamos también la magnífica Basílica de Santa María la Menor, construida en 1514, que ocupa una cuadra entera de la ciudad colonial, y la Fortaleza de Santo Domingo, localizada sobre el malecón del rio Ozama (nombre taíno).
La ciudad moderna goza de amplias avenidas, inclusive el bello malecón arborizado con palmeras que bordea el Ozama y continúa bordeando el mar por muchos kilómetros.
A 15 minutos del centro se encuentra Parque Nacional de los Tres Ojos; tres grandes cuevas o cenotes, con lagos azules fosforescentes en su fondo. Al cuarto lago, el más grande, lleno de peces y tortugas, se llega en una embarcación subterránea desde la cual se ven los nidos de los murciélagos que allí habita.
A 30 minutos, se encuentra el jardín botánico; 200 hectáreas repletas con árboles y plantas de todo el mundo: palmeras, arboles florales, frutales y madereros, helechos, un artístico jardín japones, uno de orquídeas y otro de mariposas, además de lagos con plantas acuáticas. Por su extensión se visita en tren.
En La Aurora, fábrica de cigarros abierta desde 1903, vimos todos los pasos de la producción: los sembrados, la selección, el secado, el enrollado y el empaque. Igual hicimos en el Sendero del Cacao, a una hora de Santo Domingo.
El sabroso merengue y la bachata, con sus pegajosos versos, se oyen en todas partes, naturalmente, siendo la voz nasal y muy reconocible del compositor Juan Luis Guerra la más popular. La variedad y calidad de los hoteles, como el antiguo Nicolas de Obando, y los restaurantes nos asombró.
Continuaremos hacia algunas playas dominicanas, consideradas entre las más lindas del Caribe. Ya les contaré en otra columna. Pero, no quiero despedirme sin alabar la amabilidad de los dominicanos que con su alegría nos hicieron pasar unos días felices.