Todos los nombres | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Julio de 2021

Allí, como si esperaran a la orilla del tiempo, se encuentran todos los nombres. Están tallados en piedra con la intención expresa de trascender y permanecer más allá de la muerte, grabados como testimonio indeleble de su paso por la vida, en vida, y del amor de quienes les sucedieron en el tiempo.

Algunos nombres son compuestos, largos, emperifollados y, por supuesto, distinguidos; adornados con letras de caligrafía estilizada, con gracia y serifa. Nombres elegantes y bien vestidos que se encuentran arropados por sólidos mausoleos, con clara pretensión de eternidad. Algunos son discretos y sofisticados, y en eso reside su belleza. Otros son opulentos y escandalosos, burda y atemporal expresión de esa manera tan particular de ejercer poder, siempre avasalladora y aplastante.

Otros son nombres comunes. Aunque gramaticalmente se trata de nombres propios, la austeridad de sus lápidas los muestra casi como sustantivos genéricos. En conjunto, cumplen la heroica misión de nombrar la existencia de cada ser humano y, a través de cada uno, la de toda la humanidad. El nombre nombra y activa el conjuro que confiere existencia y realidad a cada quien y a cada cual, en el pasado y a perpetuidad; siempre y cuando perviva en la memoria de alguien.

Todos están allí en el Cementerio Central de Bogotá, uno al lado del otro, paradójicos como la vida misma, como en la misma vida. Cuánta vanidad, cuánta pretensión, cuánta desigualdad perpetuada en un solo lugar; y a la vez, cuánta humanidad y cuánta solidaridad en esos gestos de amor imperceptible. Una flor, una foto, una leyenda o una simple palabra en una hoja de cuaderno, se convierte en melancólica señal de amor y gratitud. Son guiños sutiles que mandan mensajes poderosos y vinculan a los que se aman a través de los tiempos y a pesar de las ausencias.

Cada señal es una hilacha de recuerdos y entre todas tejen esa inmensa malla colorida que es la memoria colectiva. Cada hilo entrevera esa red que vincula en una misma realidad a los que se quieren, aquí y ahora, con los que se quisieron antes; e incluso con los que no se conocen. La memoria siempre nos imbrica, nos amarra a los unos con los otros, así no coincidamos en el tiempo y el espacio, y aunque no tengamos nada en común. Por eso, por estar irremediablemente atados a la experiencia compartida, es que todo lo que hacemos y decimos tira de la cuerda y, de alguna manera, afecta a los demás que están anudados a nosotros.

Cada nombre, y el recuerdo que lo habita, lleva en sí mismo a los demás y es esperanza. Cada persona evocada se hace presente junto a quienes compartieron su existencia y, a la vez, invoca a los que están por venir. Se trata de una bellísima expresión de solidaridad entre las generaciones, más allá de lo que cada quien es o fue, más allá de la muerte. Cada nombre es, a la vez, todos los nombres en todos los tiempos.

@tatianaduplat