“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20), dijo Jesús a sus discípulos al despedirse de ellos el día de su Ascensión. Había dado a ellos, básicamente a los doce Apóstoles (Lc. 6,14-16), poderes sobre aspectos fundamentales para llevar adelante la obra por Él iniciada. Les dio poder de perdonar pecados (Jn. 20,22-23), realizar la consagración eucarística del pan y del vino (Lc. 22,19-20), llevar su Buena Nueva a todo el mundo (Mc. 16,15), hablar en su nombre (Lc. 10,16). A la cabeza de los Doce colocó a Simón, dándole el nombre de “Pedro”, como piedra fundamental de la Iglesia (Mt 16,18). Le entregó “las llaves del Reino de los Cielos”, así como poder de “atar y desatar” (Mt 16,19). Ese primado del apóstol Pedro aparece reconocido en varios detalles, los Hechos de los Apóstoles (1,15-16; 2,14-43; 4 y 5) (10 y 11; 15) y en la Carta de S. Pablo al os Gálatas (1 y 2).
Sucesor 265 de Pedro, quien estableció su Sede final en la ciudad de Roma, en donde muere crucificado, fue durante 8 años Joseph Ratzinger, elegido el 19-04-05. Le corresponde suceder a Juan Pablo II, aclamado como “El Grande”, ante lo cual se presenta en su primer saludo a Roma y al mundo como pequeño sencillo trabajador en la viña del Señor”, a quien inquieta, profundamente la pérdida de la fe en el mundo de hoy, y asume como gran prioridad su persistente anuncio (pag.18).
De este Pontífice, que sorprende al mundo y a la Iglesia con renuncia a su cargo el 11 de febrero de 2013, con retiro efectivo el 28, el periodista Peter Seewald, consigue “Últimas Conversaciones” (23-05-16). Lo encuentra viviendo en monasterio dentro del Vaticano, con sandalias de monje, dedicado a estudio, reposo y oración. Le resulta al periodista “fascinante” esta nueva situación de este “audaz, pensador, filósofo de Dios” (pag. 13). Estas “Conversaciones” son excepcionales, pues, desde su retiro, ha guardado humilde y prudente silencio, da detalles de especial relieve de su pontificado. Recibe con gran serenidad las más variadas preguntas del reportero, y se refiere a la manera como afrontó no pocas sorpresas, procurando, con serenidad y prudencia, con especialidad en desenmarañar asuntos complejos (pág. 14).
El interlocutor destaca, en el Prólogo, que recibió, también, múltiples aclamaciones de quienes iban a escucharlo para percibir su sapiente mensaje (pág. 18). Pero que fue ansioso de silencio para su estudio y oración, no apareciendo nunca como Jefe sino ocupando el lugar de Jesucristo (pág. 19). Como marco referencial presenta Seewald la manera como Benedicto soportó con humildad desdenes y traiciones (pág. 20), y cómo enseñó cual verdadero “doctor de la Iglesia en la modernidad” (pág.24).
A lo largo de estas tan interesantes y reveladoras conversaciones, aparecen intimidades de la vida familiar y espiritual del Papa Emérito, a la vez que profundas reflexiones teológicas y revelaciones del trato que tuvo con personajes destacados, ya en Teología, ya con dirigentes de Iglesia, ya con grandes de las naciones. Punto de sumo interés, y que se coloca en primera plana, son sus respuestas sobre lo que realmente lo llevó a la renuncia al pontificado. Sobre ello afirma el Papa: “nadie intentó chantajearme, y tampoco me había prestado a ello” (pág. 53), con comentario de que “no se debe dimitir cuando las cosas van mal, sino cuando la tempestad se ha calmado” (pág. 53). Precisando el motivo real de su renuncia lo concreta, Benedicto, al responder: “cuando uno no tiene ya la capacidad suficiente lo pertinente, al menos para mí, es dejar libre la Sede Pontificia”. Respeta, profundamente, la actuación de otros Pontífices, pero, sobre su propio caso, afirma que fue “ante Jesús, Jefe Supremo, y desde la perspectiva de la fe,” como tomó su decisión, y se siente en paz con Él (págs. 49-51). (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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