Todo instante de la sublime realidad del Hijo de Dios hecho hombre es de extraordinaria grandeza, pero los días en los que culminó su misión en la tierra son de especial sublimidad. En el momento de tomar carne humana en el seno purísimo de María, la “Virgen de Nazareth” (Lc. 1,26-38), y, en cuanto hombre, haber expresado “Padre he aquí que vengo a hacer tu voluntad” (Heb. 10,9), comenzaba una historia única para la humanidad y la creación entera.
Viene, luego, el paso resuelto a realizar su propio sacrificio en la cruz, no obstante la tentación de echar pie atrás, pero que superó, claramente, al expresar: “pero Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22,42). Avanza, enseguida, a dar los pasos todos de esa gran Semana que comienza con su triunfal entrada a Jerusalén el domingo inicial. Luego, sus firmes altercados con sus empecinados enemigos, la institución de la Sagrada Eucaristía, su libre entrega a quienes vienen apresarlo, su cargar con la cruz y avanzar hacia el Calvario, allí, su testimonio de perdón hacia sus fieros verdugos, su serena muerte y sepultura, y su inatajable Resurrección “al tercer día” como lo había dicho (Mt. 28,6). Todo constituye unas horas de inigualable importancia para toda la humanidad.
Se conmemoran hechos de especial transcendencia como el descubrimiento de América, los primeros pasos de un hombre en la superficie lunar, la liberación del pueblo de Israel de varias centurias de esclavitud en Egipto, el final de terribles guerras mundiales o de independencia de países de dominio colonial. Eso está bien si se trata de sacar lecciones sobre la manera de llegar a días nuevos, con mejor aprovechamiento para los pueblos y el orbe entero. Revivir, agradecer y sacar decisiones para una vida mejor aprovechada de lo vivido por Jesús de Nazareth en esa tan especial Grande Semana, es la invitación que se nos hace en fechas conmemorativas de aquel drama sublime.
Pensar en no dejar a un lado en estos sagrados días tan saludables reflexiones, participando en las bien estructuradas ceremonias que nos ofrece la Liturgia de la Iglesia, y en las procesiones que ha ideado la piedad popular como vivo recuerdo de los pasos dados por Jesús, eso es darles la atención que nos merecen y enriquecernos con dones de infinito valor. Dedicar esos días a solo descanso y recreación, es echar al vacío algo precioso, es desaprovechar algo valiosísimo que nos ofrece la fe. A cada paso sentimos la necesidad de cambio y renovación para lo cual nada más propio que una Semana Santa bien participada, avanzando en un vivir de resucitados los días que nos conceda Dios en la tierra, no permanecer en rutinas vacías y un vivir de muy pequeñas dimensiones.
Profundizar en el contenido y enseñanzas que nos da la lectura bíblica de lo experimentado por Jesús en su pasión y muerte, aprovechar las reflexiones en el templo que hacen piadosos predicadores, seguir por los medios de comunicación mensajes que se difunden, recibir los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, practicar obras de misericordia hacia los más necesitados, tratar con más amor a amigos y enemigos, entregarnos a un alegre vivir cristiano, he allí estilo de vivir la Grande Semana.
*Obispo Emérito de Garzón
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