Una lectura nostálgica de Ishiguro | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Domingo, 8 de Octubre de 2017
Vivián Murcia G.*
El escritor japonés ha sido elegido Premio Nobel de Literatura 2017. La memoria, la nostalgia y la desgracia marcan sus obras que tiene, en su última etapa, elementos de la ciencia ficción 

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KAZUO Ishiguro (Nagasaki, 1954) es el más británico de los escritores japoneses. Llegó a Inglaterra con tan sólo seis años y se crió como un inglés más, de hecho, en varias entrevistas, confiesa que no lee en japonés, lo habla pocas veces, y lo que sí hace es ver cine japonés: su director favorito es Akira Kurosawa. Estudió en la Universidad de Kent donde leyó a autores que le marcarían como Proust y Dostoievski, por mencionar sólo dos de sus lecturas iniciáticas. Cuenta con una carrera literaria sólida que empezó a gestarse en los círculos de la Inglaterra de los años ochenta. Su tesis elaborada para el Máster en Escritura Creativa de la Universidad de Anglia del Este se convirtió en su primera novelaPálida luz en las colinas que resultó ganadora del Winifred Holtby Memorial Prize. Se trata de una novela cuyo contexto histórico es la consecuencia del bombardeo de Nagasaki, en la que una viuda japonesa que vive en Inglaterra lleva la narración.

Se puede decir que, desde entonces, uno de los rasgos de la escritura de Ishiguro es la construcción de recuerdos subjetivos y cómo los individuos mantienen su sentido del yo (o lo buscan) en medio de acontecimientos que han sacudido al mundo.

 Ese rasgo lo vino a remarcar en su segunda novela, Un artista del mundo flotante (1986), con la que fue finalista para el premio Booker. Esta toma como escenario el bombardeo de Hiroshima donde el artista Masuji lucha por reconciliarse con su pasado militar.

Ishiguro se hizo, posteriormente, con el Booker -uno de los premios más prestigiosos de Inglaterra, si no el más- con la novela The remains of the day (1989), traducida al castellano como Los restos del día. Esta novela está contextualizada once años después de la Segunda Guerra Mundial. La narración la lleva Stevens, un mayordomo de un hogar señorial que siempre ha considerado a su empleador, el difunto Lord Darlington, como un buen hombre. Al descubrir las simpatías que Darlington mantuvo con los nazis, Stevens se confronta a sí mismo.

 
“Algo que siempre me ha llamado la atención es el contraste que existe entre la experiencia de un país y la de una persona”

Los restos del día (llevada al cine por el director norteamericano James Ivory en 1993, bajo el título de Lo que queda del día), es, a la vez, una historia de amor truncada y una visión de la impotencia que siente un ser humano cuando alcanza a comprender que ha renunciado a su vida a cambio de haber cumplido con lo que creía que era su deber. Se trata, entonces, de una novela nostálgica, uno de los temas que orbitan en el universo de Ishiguro.

 En su quinta novela, Cuando fuimos huérfanos (2001), Ishiguro retomó el camino de la nostalgia, para marcar la evolución de sus personajes. En esta ocasión, la trama -situada en Shanghái y en el periodo de entreguerras- corre de la mano de un detective londinense que trata de resolver un misterio que le atormenta desde la infancia, la desaparición de sus padres.

“Nunca me abandones, cuya acción transcurre en un internado donde son educados unos jóvenes que son 'recambios' clónicos. Es una novela que resalta muy bien un rasgo de la buena escritura: lo mejor de la novela es lo que no se dice en ella”

En 2005 publicó Nunca me abandones, cuya acción transcurre en un internado donde son educados unos jóvenes que son “recambios” clónicos. Se trata de una novela que resalta muy bien un rasgo de la buena escritura: lo mejor de la novela es lo que no se dice en ella. Muchos críticos hicieron excesivo hincapié en que, con este libro, Ishiguro incursionaba en la ciencia-ficción a lo que resulta muy interesante una respuesta que dio el propio escritor a un diario argentino: “puedo entender la vida breve de los clones (vivían hasta los 30 años) como una metáfora de la fugacidad de la existencia humana en general”, dice el periodista, “desde luego, desde luego,  ese es el corazón de mi libro”, contesta Ishiguro.

La fugacidad de la vida humana y la incapacidad de retroceder en el tiempo y de aprender una vez los hechos ya han ocurrido, con lo cual no sirve la sabiduría adquirida, son elementos nostálgicos que Ishiguro imprime en sus novelas. “Algo que siempre me ha llamado la atención es el contraste que existe entre la experiencia de un país y la de una persona. Un país puede aprender de sus muchos errores, y así puede surgir una generación nueva que los corrija, pero el tiempo vital de una persona es tan restringido que no le permite esa posibilidad de cambio. En mis primeros libros trataba de retratar personajes que vivían en un mundo que cambiaba muchísimo, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y al final ellos asumían que esos cambios eran positivos para la comunidad, pero que para ellos ya no representaban nada”, comenta Ishiguro en una entrevista.

La nostalgia viene del griego nostos: regreso y algos: dolor.  La nostalgia es la pena de verse ausente, ya sea ausente en el tiempo o en un espacio. Por eso, no es menor dar como clave al lector que la nostalgia es uno de los signos de la literatura de Ishiguro para quien rememorar se ha convertido en el proceso de interrogación literaria: “En mi primera época de escritor, el autor que más gravitó sobre mí fue Marcel Proust. Cuando escribía mi primer libro lo hacía casi como un guión de cine, con muchísimo diálogo (porque en esa época también escribía guiones de cine), pero entonces leí a Proust y decidí que mi camino literario tenía que ir por otro lado. Esa manera de escribir a partir de un narrador que apela a sus recuerdos (En busca del tiempo perdido), a lo que tiene guardado en su memoria, y que va involucrando a otras personas, es una influencia muy clara de Proust. Una vez dicho esto, debo confesar que no me gusta especialmente Proust. Por momentos lo encuentro muy snob y muy aburrido (risas)”, confiesa Ishiguro en una entrevista.

La nostalgia también es una herencia del jazz, la música que Ishiguro escribe desde que tiene 15 años. “Mi estilo como novelista viene sustancialmente de lo que aprendí al escribir canciones. La íntima situación de primera persona de un cantante interpretando a una audiencia, por ejemplo, se trasladó para mí en las novelas. Al igual que la necesidad de abordar el significado sutilmente, a veces, empujándolo en los espacios entre las líneas”, comenta el escritor.

 De la nostalgia del jazz al de la literatura, Ishiguro ha dicho que, aunque nunca ha leído una buena novela sobre el jazz, El sur de la frontera, al oeste del sol de Haruki Murakami es lo más parecido a una buena melodía: “leyéndola me acerqué a escuchar una triste noche de jazz”, confesó Ishiguro quien ha batido en la carrera por el Premio Nobel de Literatura 2017 al mencionado Murakami quien, una vez más, iba como uno de los favoritos. 

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Contacto: vivian.murcia@programateib.org. Editora de El PortalVoz

 

 

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