Familia y comunidad cristiana | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Enero de 2013

El Papa Benedicto XVI, con el agregado de su elevado compromiso filosófico, está hondamente comprometido en la defensa de los valores cristianos que atañen a la familia y su protección en una sociedad en permanente crisis y desorientada en medio del caos y las fuerzas antagónicas que pretenden socavar la institución más antigua y valiosa de la humanidad, fuente de la civilización y de los más grandes logros culturales y sociales. La familia cristiana es sitiada por las crisis económicas recurrentes, el egoísmo pestilente, la tendencia a la disociación y el desconocimiento de la autoridad paterna, la influencia nefasta de elementos infiltrados que atentan contra los principios seculares de la sociedad desde las instituciones democráticas, parapetados en los organismos culturales más influyentes, los ataques perversos de los medios de comunicación que alardean de publicar o difundir por televisión los antivalores y la prédica contra Dios. Lo que algunos entienden por libertad de expresión y que no es más que un sartal de insultos a las creencias religiosas de la mayoría de los colombianos. Se fomenta el irrespeto y la subversión de los valores eternos, se ponen en tela de juicio las más respetables tradiciones y los símbolos de nuestra cultura y de la patria. A la sombra de la desviación doctrinaria que se urdió en la Carta de 1991 se pretende tratar la religión cristiana y el catolicismo en particular como una simple secta, sin atender que la civilización cristina se estableció en este continente bajo el símbolo del cristianismo humanista, evangelizador y defensor a ultranza de la dignidad del hombre.
Lo conservador en una sociedad como la nuestra está íntimamente ligado a la concepción cristiana de la sociedad y el respeto por todos los credos. Los ataque desvergonzados y absurdos contra las reflexiones del Papa Benedicto XVI en defensa de la familia, del hombre como ser portador de valores eternos que constituyen la armadura invisible que da al más humilde y el más poderoso un sentido de pertenencia y solidaridad, como de dignidad y decoro ante la vida, buscan la disolución de la familia y el eclipse de la civilización cristiana y la renuncia al deber ser. Que en últimas corresponde al sino que cada quien cumple en el organismo social en favor del orden, la civilidad y el enriquecimiento cultural. Pretender destruir a la familia o considerar que se puede vulnerar sin más la unión del hombre y la mujer para sustituir el precedente familiar por formas antinaturales, es un ultraje a los principios naturales y del cristianismo. El Papa Benedicto XVI sostiene que: “El compromiso misionero de la Iglesia de Roma se ha concentrado sobre todo en la familia, no solo porque esta realidad humana fundamental es sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por tanto tiene particular necesidad de ser evangelizada y apoyada concretamente, sino también porque las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, la edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera en las situaciones más variadas de la vida”. Se trata de: “comprender la misión de la familia en la comunidad cristiana y sus tareas de formación de la persona y de transmisión de la fe”. Ligado al significado que el matrimonio y la familia tienen en el designio de Dios. Para la Iglesia existe un fundamento antropológico de la familia ligado al proceso civilizador, sin el cual la sociedad involucionaría a la oscuridad y la barbarie primitivas: “Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. La cuestión de la justa relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y solo puede encontrar su respuesta a partir de ésta. No puede separarse de la pregunta siempre antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y, ¿quién es Dios? ¿Cómo es verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria y consecuencial: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo, la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama”.
La destrucción de la unidad familiar por la violencia en los campos es causal de la más aberrante criminalidad. Y procrear en el matrimonio es la tarea honrosa de la mujer para enaltecer la vida, cuyo noble fin tiene que ver nada menos que con la supervivencia de la especie sobre la Tierra.