Oscuros presagios: los riesgos de la deuda externa | El Nuevo Siglo
Foto archivo Xinhua
Domingo, 25 de Septiembre de 2022
Giovanni Reyes

Con toda sinceridad, uno quisiera elaborar artículos sobre noticias alentadoras. Pero el panorama, persiste en ser sombrío, lúgubre. En los últimos tiempos se ha tratado de una secuencia muy importante de desastres encadenados. Existen tres grandes crisis en el escenario global que debemos todavía enfrentar: (i) la no superada pandemia del covid-19; (ii) la situación económica -incluyendo inflación, dificultades de logística y cadenas de abastecimiento-; y (iii) las complicaciones derivadas del cambio climático y del calentamiento planetario.

En esta nota se aborda el problema de la deuda externa de los países, colocando especial énfasis en las naciones emergentes, subdesarrolladas, en las más pobres. Los países más ricos no es que la tengan nada fácil tampoco. Es de recordar los casi 26 trillones -millones de millones- de deuda que agobian a la economía de Estados Unidos. 

Esta cantidad constituye un monto gigantesco por el cual estarían pagando, por día, casi 400 millones de dólares en servicio de tales empréstitos. Esos montos se vieron aumentados durante el período de gobierno de Donald Trump. Desde 2017 a 2020, la deuda total del país habría aumentado 3.8 trillones de dólares. Eso es un gran peso para la economía, aunque tal país tiene la ventaja de poder imprimir dólares y que esa moneda sea aceptada en las transacciones internacionales.

No obstante, el peso de la deuda complica con severidad la capacidad de maniobra de Washington. Tal y como lo puntualiza Paul Krugman -Nobel de Economía 2008- “debido a que pagamos puntual, no nos tratan como una república bananera”.  Pero costos y compromisos son eso, costos y compromisos.  Aunque ello sea ignorado por gran parte de la población estadounidense, más atentos como es normal en muchas partes, al desarrollo de los deportes y a las distracciones de la farándula.

De conformidad con cifras dadas a conocer recientemente en un estudio elaborado por Clemence Landers y Nancy Birdsall, lo que se requiere es formular y llevar a cabo un programa integral de reformulación de las deudas, tanto internas como externas. En esto es de considerar factores tales como plazos de pago, posposición de compromisos, establecer períodos de gracia y procedimientos de cancelación tanto de amortizaciones como de servicios de deuda.

Los países más pobres no tuvieron otra alternativa más que endeudarse con el fin de hacer frente a los desafíos que presentaba la pandemia de covid-19.  Es de recordar las grandes asimetrías en cuanto a accesos a las vacunas, además de las dificultades logísticas y de cadenas de abastecimiento, las dificultades en el manejo refrigerado de los fármacos. En esto influyó, como era de esperarse, tanto la infraestructura física de los países, como los condicionamientos de funcionalidad y organización de las instituciones.



Endeudamientos acumulados y aumentados en función de la pandemia, de daños del calentamiento global y de los actuales procesos de abastecimiento -que contribuyen a las condiciones de inflación- hacen que las naciones más vulnerables, las de ingresos más bajos, presenten para este septiembre el valor más alto de deudas en relación con los pasados 50 años.

A esos factores de crisis más estructural es de sumarle -especialmente, aunque no de manera única en los casos de los países al sur del Sahara- los efectos de la guerra entre Rusia y Ucrania. Esto como se sabe, ha traído consecuencias en el abastecimiento de granos y cereales, ha afectado las cadenas de aprovisionamiento agrícola, además de los mecanismos de oferta de fertilizantes. Al final este conflicto requerirá como desde el principio, de una solución política, negociada, lo único es que ahora tendrá lugar unos 18.000 muertos más tarde.

Tal y como sucede en muchos conflictos especialmente de “última generación”, las decisiones políticas entrelazadas a las militares tienen un significativo impacto en circunstancias económicas. Se afectan severamente las esferas de la producción, de la distribución y del consumo. En medio de todo, también repercuten los deseos de las grandes potencias en cuanto a poner a prueba la nueva juguetería del armamento.

Tan sólo hace unos seis meses, en marzo de este 2022, el Banco Mundial estimaba que unos 15 países de los más pobres podrían declararse en moratoria de pagos para junio de 2023.  Véase cómo inversionistas bursátiles han sacado unos 50,000 millones de US$ de los países emergentes, buscando refugio en los mercados más desarrollados.

Es de subrayar aquí que, aunque la deuda de los países no aumentó en números absolutos, sí se incrementa en términos efectivos debido a dos factores complementarios. Primero la elevación de las tasas de la Federal Reserve, entidad que actúa como banco central en Estados Unidos. Segundo, porque las devaluaciones de las monedas locales hacen que ahora se requieran más unidades de los diferentes tipos de circulante, para la compra de dólares. Las depreciaciones monetarias ponen más cara la moneda de referencia.

Se ha estimado que, durante los siguientes tres años, las naciones más pobres, las de ingresos bajos, estarían enfrentando en general, el pago de no menos de 15.000 millones de dólares como parte de sus compromisos internacionales.

Tal y como ocurrió en la historia inmediata, hace al menos unos 40 años atrás, el factor de las deudas externas se está enraizando como un elemento que distorsiona las capacidades competitivas de las naciones. Muchas veces los fondos se destinan a funcionamiento de gobiernos, en lugar de fortalecer procesos de inversión en economías reales, incluyendo bienes públicos, educación, salud e infraestructura.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia.

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