De nuestras reservas forestales | El Nuevo Siglo
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Sábado, 9 de Marzo de 2019
Alvaro Sánchez

Desde hace muchos años han venido disminuyendo, con ritmo acelerado, las reservas forestales del país; una parte importante de ellas ha venido sufriendo procesos de extracción, que suelen ser dispendiosos y demorados en el tiempo y que, en el momento de salir en forma definitiva, se encuentran desactualizados o simplemente ya no corresponden a la realidad social y económica de la zona afectada; también ocurre con frecuencia que al terminar dichos procesos acaba manteniéndose, como reserva, alguna que otra zona que ya no representa ningún patrimonio en términos ambientales.

Un ejemplo claro de la situación está dado por la reserva forestal ubicada en la llamada “Teta de San Lucas”, ubicada en la serranía del mismo nombre, allí se inició un proceso de sustracción hace más de treinta años y, según se dice en los municipios de la región, “está próximo a salir”; en los mapas de ese proceso de sustracción, tal como se conocen, se encuentran amplias zonas que aún conservan vegetación nativa y por lo tanto no deberían estar incluidas, y se encuentran excluidas algunas zonas en las que hoy se encuentran centros poblados y actividades agrícolas, ganaderas y de minería. De lo que otrora fue una gran reserva forestal hoy solo queda menos de un 35%, el que aún deberíamos tratar de conservar.

Aparte de la tramitología y los desplazamientos de documentos y cartografías por todos los despachos oficiales, en los cuales no he adentrado ni pienso adentrar, deberían existir varios documentos y estudios que permitieran un análisis más serio y ambientalmente más sano; quisiera ahondar un poco en ésta afirmación explicando cuáles son estos estudios y por qué se deberían mantener actualizados, veamos:

El país no tiene una línea base confiable y la Fuerza Pública no ha podido garantizar el conocimiento detallado de todo el territorio nacional y de sus inventarios eco-sistémicos, esto incluye los inventarios de fauna, forestal, hídrico, minero, de flora, el diagnóstico sociocultural y un diagnóstico de actividades económicas; si todo en su conjunto no se tiene, entonces ¿cómo se puede definir cuáles son las zonas extraíbles de nuestras reservas?

Si no se analiza debidamente el estado de subsistencia de los habitantes del área a substraer, se corre el riesgo de incluir áreas que podrían mantenerse como reservas y con actividades complementarias, o de excluir áreas que son indispensables para la supervivencia de grupos étnicos o culturales que no tendrían otra posibilidad de subsistencia.

Nada se ganará con que se haga correctamente el proceso de sustracción si no se tiene el cuidado de regular el entorno, el crecimiento de las poblaciones circundantes acabará por ahogar la reserva mantenida y por presionar la sustracción de nuevas áreas, en un proceso irreversible que acabará más temprano que tarde por destruir nuestra riqueza natural.

Quiero dejar en claro que no estoy en contra de las reservas ni de la substracción que permita las actividades productivas de las comunidades; no se trata de criticar unas herramientas que en esencia son buenas, se trata de propugnar por la mejora integral de la norma, por su agilidad en el tiempo para hacerla eficaz, por su aplicación con los criterios técnicos suficientes para garantizar su efectividad, por el respeto a la cultura de los habitantes ancestrales de las regiones intervenidas y por el respeto a quienes se acogen a las normas, se trata en fin de que se haga bien.

Posdata: Acababa de escribir estas líneas cuando recibo la noticia del pico y placa ambiental para la ciudad de Bogotá, nuevamente la autoridad toma medidas efectistas y sin trasfondo técnico sustentable; deberíamos tener una discusión técnica con los encargados en el Distrito para explicarles que las medidas son otras y son urgentes.

 

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