Crónica| Murió sacristán más viejo del mundo | El Nuevo Siglo
Cortesía
Martes, 16 de Octubre de 2018
Luis Tarrá Gallego
Se inició como monaguillo a los 11 años de edad con los padres javerianos
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Tras 76 años de servir como sacristán en las dos iglesias católicas de Simití, Bolívar, falleció Luis Presentación Cuéllar Ramírez, a quién pudiéramos considerar como el más viejo en el oficio, desde que a los 11 años de edad decidiera ser un colaborador decidido de la fe apostólica romana.

De rápido andar y pequeña estatura, Prese, como cariñosamente se le conoció en su pueblo, ejerció hasta un mes antes de fallecer la parte de su oficio de sacristán asignada últimamente, como era doblar las campanas del viejo templo de San Antonio de Padua, cuando la ayudantía de servicios religiosos quedó en manos de otros de menos edad, que le sucedieron en esa misión.

“Aprendí a ser monaguillo a los 11 años de edad con los padres javerianos que llegaron tras muchos años de estar Simití sin cura y luego de que los obispos Builes de Santa Rosa de Osos y Umaña López de Cartagena firmaran un convenio para ese fin y quedaron como párroco el padre Efraín Díaz y como auxiliar el padre Absalón Martínez, que innovó con su violín el acompañamiento musical de las misas y con quien aprendí el catecismo y latín que era el idioma de la iglesia”, recordó Cuéllar Ramírez en una entrevista que nos concedió hace algún tiempo.

Prese hasta sus últimos días fue además de sacristán consagrado, la memoria histórica de su natal Simití, del que salió muy pocas veces, la mayor parte de ellas por razones políticas al ser un decidido liberal en un pueblo hegemónicamente conservador y la última por razones de salud de la que regresó cadáver.

Parafernalia religiosa

Pero además de los cánticos y rezos en latín de esos tiempos en que la misa se decía a las cuatro de la mañana en un pueblo sin luz, que a duras pena tenía servicio de energía entre 4 de la tarde y 10 de la noche y, que, por fuera de ese horario, la única manera de luchar contra la oscuridad natural eran los mechones de gas, las velas de cebo y los bombillos Eveready; los retos del acompañamiento de la misa conllevaban la familiaridad de muchos elementos, que con cinematográfica aparición conformaban el preciso ritual de la Santa Misa.

“Copón, cáliz, vinajeras con agua y vino; corporal, purificador, patena, palia, misal y atril eran los nombres de los instrumentos sacros de la celebración, complementados con las prendas sacramentales del oficiante que eran alba, cíngulo, estola y casulla” rememoró con evocación sentida Luis Presentación.

De los grandes momentos vividos por la feligresía simiteña durante esas siete décadas en que se convirtió en un símbolo viviente de la fe y la historia de su Simití del alma, Prese recordaba, “la llegada apoteósica del obispo Builes con su llamativo bonete, para restablecer los servicios religiosos; acompañado de otros seis sacerdotes jesuitas, de los cuales dejó dos: uno como cura y el otro como auxiliar”.

Tragedias eclesiásticas

De igual forma, por su memoria fotográfica desfilaron “los trágicos momentos de las muertes de los padres Marco Tulio Vera Jaramillo, fundador de varios poblados, entre otros Los Canelos, que inicialmente llevó su nombre; quien pereciera al ser tasajeado por la hélice de la lancha parroquial ‘La Original’ tras perder su control mientras la reencendía y, la del padre Campuzano, a quién las ruedas del campero en que regresaba del Cerro de la Veracruz le rompieron las costillas y el corazón al pasarle por encima luego de caer del vehículo en movimiento y por un descuido propio por el que exculpó al chofer que lo conducía”.

Prese, también recordaba “las magulladuras múltiples con las que regresó a Simití el párroco conservador de Río Viejo Jesús Moreno, huido de este poblado luego de que una turba de liberales enardecidos lo molieran a palos el 9 de abril de 1948, al repicar con alegría las campanas de la iglesia en vez de doblarlas en señal de duelo tras conocerse el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán”.

Música campanaria

Cuéllar Ramírez, además de sacristán fue afinado tañedor de campanas y a la sazón recordaba varios de los muchos toques con los que con diferente intención siempre rompieron la monotonía tediosa del Simití de antaño.

“Entre dos o tres compañeros en los tiempos de juventud vital nos subíamos al campanario y con piedras de canto y el badajo de las campanas hacíamos sonar diversos toques, entre otros el chingulín y el tanané, que junto con el repique y los dobles hacían parte del repertorio campanario de la iglesia pionera y colonial de San Antonio de Padua”.

Fue consumado pescador de atarraya del Barrio Abajo o Santa Gertrudis, de a donde diariamente y hasta hace pocos años hizo parte de la comparsa pesquera denominada ‘ronda de pescadores’, que con sincronía mañosa sacaban diariamente a la magistral Ciénaga de Simití importantes capturas que durante años abastecieron el mercado local, regional y nacional, cuando lanchas de sitios distintos del país iban a comprar la pesca preciada de los atarrayeros de Simití.

Matraquero reconocido del espectral y bullicio único del Viernes Santo, tras la crucifixión de Jesús en la viva Semana Santa simiteña que escenifican sus pobladores desde años sin cuenta;  doblador de campanas para anunciar fallecimientos locales o de simiteños en tierras lejanas; cantador de oficios religiosos a la usanza vieja del latín en las celebraciones tradicionales de San Simón, San

Antonio de Padua y las novenas de la virgen de La Original  entre otras y, animador decidido de la pirotecnia doméstica de voladores, además de solícito servidor para cualquier vuelta que se ofreciera, Simití acaba de perder con la muerte de Luis Presentación Cuéllar Ramírez la memoria viva de un pedazo grande de su historia y costumbres, que difícilmente encontraran un reemplazo.