UNA semana después de aquella consulta relacionada con la corrupción, resulta interesante reflexionar sobre los resultados con suficiente serenidad y reposo.
Sin duda, la votación obtenida es interesante y la movilización fue importante.
Esa movilización es fácil de entender. Con una resonancia tan amplia y homogénea en los medios masivos, cualquiera se siente gregario y no quiere verse aislado ante semejante avalancha de opinión.
Pero la pregunta de fondo es por qué 25 millones no votaron a favor de algo tan loable, deseable y universalmente compartido como rechazar la corrupción.
Puesto que no hubo huracanes, ni compra de votos, ni mundial de fútbol, ni escasez de tarjetones, ni paramilitares involucrados, hay que suponer que tanto el voto como la abstención reflejan una conducta libre, consciente, informada, racional y perfectamente deliberada.
Dicho de otro modo, valorar los votos depositados en las urnas pero ignorar la abstención solo puede entenderse como un buen ejemplo de sesgo confirmatorio y de cálculo político partidista.
Por supuesto, ante una consulta basada en ideales sublimes (¿Usted quiere ser feliz? ¿Usted quiere vivir en paz?, etc.), es apenas natural que los adjetivos usados para evaluar el resultado por parte de los partidos y medios masivos que promovieron la iniciativa reflejen el unanimismo triunfalista e idealista con el que asumieron la derrota.
“Histórico”, “esperanzador”, “determinante”, “insoslayable”, “inobjetable”, “incontrastable”, son algunas expresiones con las que se quiere evadir la antedicha pregunta clave, es decir, ¿por qué no resultó triunfante un ideal sublime (“¡eliminar la corrupción!”) frente al que ningún ser humano de bien y en sus cabales se pronunciaría en contra?
Guardadas las proporciones, ¿no es acaso idéntico este resultado al del plebiscito del 2 de octubre, cuando toda la izquierda santista juraba, rodilla en tierra, que el “Sí” resultaría triunfante?
Para no ir muy lejos, lo que ha dejado claro esta experiencia es que los colombianos de hoy no solo están hartos de la corrupción que campeó en el país durante los últimos ocho años.
También están hastiados de la manipulación populista, plebiscitaria, napoleónica y cesarista.
De hecho, los colombianos de hoy han aprendido a ser realistas, a entender mejor los fenómenos políticos y a preguntarse quién está detrás de cada agitación, con qué intenciones y qué beneficios a futuro pueden estar recabando los promotores de tantos espejismos.