En este lunes festivo en Colombia, ya finalizando marzo, he pensado en lo confortante de compartir con los amables lectores el suave ambiente que da el motivo de este día libre de fatigas laborales, tal vez ni percibido por muchos. Postergando, un poco, proseguir temas que exigen honda reflexión y decidido compromiso, como el avance de los acontecimientos patrios, y otros que es útil profundizar como la real naturaleza ley jurídica de nuestro Estado colombiano, está bien este reposo en torno a la amable figura de quien honramos en este día, al artesano de Nazaret, José, “hijo de Jacob, esposo de María de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt. 1,16).
“¿Qué le ha quedado a Ud. de la herencia de sus padres”?, me preguntaba alguien, y, la respuesta fue que en lo material todo se fue esfumando en ayuda a personas y obras que lo requirieron. Pero, en lo espiritual, en relación con la fe en Dios y atención gozosa a sus preceptos, y a la devoción profunda y confortante a María y a José, los primeros y fervorosos acogedores del divino Salvador, han sido riquezas de infinito valor y perenne fuente de alegría y esperanza. Ese testimonio de unos padres creyentes de verdad, y el ambiente de honestidad sembrando en el corazón de los hijos, con llamado a orar a la Virgen María y, atender al llamado bíblico “¡id a José”! (Gen. 41,55), ¡qué magnifica herencia de infinito valor!
José, hijo del primer Jacob, heredero de los promesas de Dios a Abraham (Gen. 35,34 y 37, 1-11), víctima de la envidia de sus hermanos es vendido por ellos a mercaderes de Egipto (Gen. 37, 12-36), pero, por bondad divina, convertido en providencia de su familia al llegar a ser Primer Ministro del Faraón, a quien éste señaló, luego, como dispensador de sus bienes (Gen. 41). Este primer José fue figura de la misión recibida por el esposo de María, que, primero en Egipto fue providente padre nutricio de Jesús (Mt. 2, 13-15), y, retornando a Nazaret, cuidaba de El quien “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc, 2,52). Era estimado éste como “hijo del carpintero” (Mt. 13, 55), labor con que se sustentaba ese encantador hogar.
Todas esas historias, repasada en el hogar paterno, fueron primicias de la preciosa herencia allí recibida, que, en medio de los altibajos de la vida han confortado mi alma. Tantas personas destacadas dan testimonio de cómo llena el alma acudir a S. José, en cuyo honor celebramos los cristianos este mes de marzo. La gran Santa Teresa de Ávila, en medio de sus arrebatos místicos, comenta, también, su fervorosa devoción a S. José, dando testimonio de los sorprendentes favores obtenidos por su intercesión. Millares de sencillos devotos, entre ellos mi padre, no cesaban de proclamar sus favores y a invitar a continuar acudiendo a él.
Ante tantas necesidades, de todo orden, estamos invitados a acudir a este nuevo José, que cumplió tan fielmente su grandiosa misión, que protege visiblemente pueblos y naciones, que da apoyo en las más diversas situaciones, que sigue predicando ese tan necesario evangelio de “varón justo” (Mt. 1,19), la primera lección que necesitamos en la Colombia de hoy, en medio de tanta corrupción y burla a la justicia. Toda está refrescante reflexión que nos da la memoria de S. José nos dé impulso a proseguir en lo personal, y en lo comunitario, vivir en el ambiente de fe y amor, pregonado por Jesús, a quien él sirvió tan plenamente.
*Obispo Emérito de Garzón
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