En estos tiempos pre-tórridos, cuando en el hemisferio norte empiezan a aparecer las pantorrillas como yucas, y los torsos piden sol, pero no tanto, y exigen bloqueador, pero sí mucho. En estos tiempos en los que el trópico llano continúa en su caldero eterno y el trópico de altura se debate en un dilema de identidad y de vestuario. En estos tiempos en que más al sur, la población agradece que los abrigos abrigarán y las bufandas ahorcarán. En estos tiempos, en que los habitantes de los polos se preguntan cuándo llegará la despolarización total. Sí, en estos tiempos que se aceleran y se acaloran, y en el mundo, sus gentes y sus dirigentes se han instalado en la polarización, no sólo desgastan la palabra, sino que se ha creado una atmósfera infecta, un clima de bochorno y de afrenta permanente.
Elecciones claves que se avecinan, declaraciones y exabruptos de líderes, hambrunas y guerras por allí, refugiados por allá: lo de siempre. Facebookazos en la mañana, equisazos (léase trinos) en la tarde, hipueputazos (con perdón) todo el día. La llamada polarización. Esa palabrita, que entre otras cosas ya recoge la Señora RAE, que sigue saliendo poco a la calle, toma café en El Retiro, se las da de moderna, añade, quita y vuelve a su encierro. Y su forma verbal, por supuesto que también está: Polarizar, que en su tercera acepción dice: “orientar en dos direcciones contrapuestas”. Ahora, si bebemos de la etimología, nos remite a su origen en la física y la componen: polus, (polo) e izare (convertir en). Y si acudimos a otra señora (María Moliner) que, en su Diccionario de uso del español, como siempre, nos da mucho más y dice: “dirigir las ideas u opiniones de un grupo humano hacia polos opuestos”.
En fin, después de media columna sin decir mucho, lo que se quiere señalar es que, en esto de la división de opiniones, pues ya no existe ni división y mucho menos opiniones. A la División sería mejor llamarle Sectarismo (palabra olvidada con práctica extendida). Y las opiniones, pues digamos que ahora son dogmas. La mitad dice Pe, la otra mitad -por acto no reflejo- clama Pa y la otra (porque la hay) dice Po, pero cada vez la escuchan menos. Si te oyen decir “x” cosa, eres un Facha, o por lo menos un Reaccionario. Si te escuchan decir “y” cosa, te tildan de Rojo, de Comunista internacional. No hay debate, hay crispación (otra palabrita abusada, la pobre). No hay planteamiento, hay confrontación. Y los guantes puestos –no los que citaban a duelo masculino y matutino–, sino los de boxeo, que son unisex y nos pasan los rounds el día entero. En esta esquina, la Derecha, y en esta otra la Izquierda. En la opuesta, la Ultraderecha y en la del frente, la Ultraizquierda. Trompadas van y trompadas vienen, y el público, que ha tomado partido, vocifera, enceguece, abuchea, ultraja, odia, queda vacío y pierde sin darse cuenta.
Y los púgiles electos van cambiando, y las guerras se enquistan, los refugiados bostezan y la democracia también, pero de tedio. ¿Se ha visto? Al final no se dijo gran cosa, o alguna, pero fútil. Es que de eso se trata, decir nada para que se crea que se dijo. Y callar para que todo el mundo ensordezca. Sigan, pues, al fondo a la derecha, o a la izquierda. En cualquiera de los dos lados pueden dejar sus detritos. Los polos opuestos se atraen. Física pura. O como decían los niños groseros del colegio: la misma Mi… con distinto Cu…