MAGNÍFICOS los anuncios, promesas y proyectos acerca de rescatar el río Magdalena. Todos los gobiernos pretenden recuperar económica, social y políticamente el Gran Río, pero lo descomunal del empeño termina por fracasar. El río Magdalena es energía eléctrica, fertilidad agrícola, riqueza pesquera e inmensas posibilidades potenciales. El sesenta por ciento de la nación debe su vitalidad a este caudaloso río. Los bosques y selvas tropicales, alimentados por el Magdalena, representan todo un horizonte redentor. Las montañas a su turno proporcionan una fauna admirable. Todo aprovechado racionalmente contribuye con eficacia a la salvación nacional. La obtención de alimentos de gran poder nutritivo para abastecer vastos núcleos de población rural y la producción de pieles y otros subproductos, para lo cual es necesario organizar convenientemente su aprovechamiento por medio de zoo-criaderos y áreas de reserva, ya que el uso habitual es predatorio y conduce inevitablemente a la extinción de las especies, con gravísimo perjuicio para el equilibrio ecológico.
El verano hace un mal y es amenazadora aparición sobre el territorio nacional, la tierra se calcina, los animales mueren por falta de alimento y de agua, los caudales de las corrientes se merman. Poco tiempo después se presenta una situación contraría: ríos desbordados, sementeras arrasadas, poblaciones inundadas, carreteras bloqueadas y millones de hectáreas inundadas, miles de viviendas afectadas y multitud de campesinos atrozmente golpeados. El país no puede continuar en esta situación.
Esto es dramático. La sequía es funesta y el invierno incontrolado es intolerable. No podemos aceptar esta calamidad como algo que no puede corregirse. La presión cada año, más destructora de los ciclos de sequía y de las inundaciones tiene causas diversas, las cuales se encargará de estudiar el Gobierno por medio de los técnicos para solucionar adecuadamente el asunto.
El agua de las lluvias corre sin detenerse por las vertientes de nuestras cordilleras arrasando tierras, animales, casas y cosechas y segando vidas humanas, inundando los valles, pues se ha destruido sistemáticamente la vegetación que debían detenerla los bosques protectores de las partes altas, porque los suelos de las vertientes se han endurecido y son incapaces de absorber el agua lluvia, puesto que se ha roto trágicamente el ordenamiento natural del ciclo que une agua, tierra, planta, animal y hombre.
Después de nuestra Independencia los colombianos en sucesivas generaciones, por décadas de imprevisible tarea destructora, hemos ido deforestando las cabeceras de los ríos y las tierras altas de las cuencas hidrográficas; el tupido bosque de las vertientes de los Andes, que interceptaba y retenía el agua lluvia para transformarla en manantiales, fue sustituido por pequeños cultivos de raquíticas cosechas, cuyo suelo desnudo de vegetación es arrastrado por la lluvia. El campesino aplastado abandona el lugar, para repetir el mismo proceso negativo en otro sitio, con irreparable daño para la economía.