Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Jueves, 12 de Marzo de 2015

EN REDES SOCIALES

Cortinas de humo

Hemos  presenciado en los últimos días el fenómeno masificado del acoso a través de redes sociales, frente a algunas situaciones que han tocado fibras sensibles  de la sociedad. Me refiero a temas de la adopción por parte de homosexuales y del irrespeto a la autoridad por Nicolás Gaviria. Estas situaciones han ocupado un lugar preponderante en el debate en las redes. Se han visto manifestaciones de todos los sectores en los que prima, muy por encima de la objetividad y la cordura, la exaltación desordenada de sentimientos.  Este fenómeno es un observatorio perfecto para preguntarnos e intentar comprender, por lo menos parcialmente, por qué los espacios virtuales son propicios para el acoso y por qué  hay ciertos temas sobre los que es mejor no opinar allí.

Cuando el acoso ocurre, por ejemplo, en un colegio y son los mismos compañeros quienes publican un video que muestra a alguien en una situación vergonzosa, existe un consenso social que desaprueba esta práctica. No nos queda difícil comprender la maldad del hecho y las consecuencias nefastas que, para los involucrados este tipo de acciones, puedan tener. Sin embargo, cuando esto mismo es realizado y fomentado por periodistas, parece que no tenemos claridad en distinguir cuando deja de ser noticia y pasa a convertirse en un vil acoso. No tenemos problema en destrozar la reputación del implicado y de garantizar su muerte social a través de comentarios displicentes y expresiones que no responden a la reflexión sosegada, sino a ánimos exacerbados.

Este fenómeno tiene, además de los problemas obvios (desprestigio, humillación, descalificación), otro más grave para la sociedad: los problemas en cuestión desaparecen,  ahogados en el tumulto de gritos y abucheos que quedan plasmados en las redes. Por cuenta de este fenómeno, hemos perdido la oportunidad de reflexionar sobre la conveniencia o no de la adopción de niños por parejas homosexuales y hemos obviado la cuestión de fondo en el caso del agresivo Gaviria -que no es más que el resultado de una sociedad profunda y arraigadamente clasista, que todos acolitamos y fomentamos-.

Entrar en las redes sociales se parece más a un campo de guerra que a un ágora en la que se discuten con inteligencia los temas sociales.  Si se mira un poco más a fondo, quedará también comprometido el cuarto poder en esta guerra, pues desde ahí se ha vuelto común lanzar misiles en lugar de presentar posturas críticas con respeto y elegancia.  Azuzados por el amarillismo mediático hemos quedado atrapados en dinámicas agresivas que impregnan las redes sociales y nos convierten en acosadores activos. Solo basta recordar el caso del tapabocas para reconocernos culpables (el implicado recibió incluso amenazas de muerte).

Nuevamente enfrentamos la amenaza de la información irreflexiva que nos nubla la posibilidad de pensar y de ejercer nuestro papel de ciudadanos con la madurez y la sensatez adecuadas. ¿Hasta que punto estos temas se convierten en cortinas de humo que nos distraen de problemas sociales reales? No podemos seguir concentrados en tonterías cuando estamos lejos de tener resueltas cuestiones básicas de una sociedad decente: comida, salud y educación.