ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 12 de Octubre de 2013

Hans Küng, ¿suicidio, eutanasia?

 

Nuestra   Santa Madre Iglesia para la cual el tiempo es una variable no determinante, nos ha ido llevando a los fieles por senderos que no nos hubiéramos imaginado. Quienes  fuimos instruidos en la ortodoxia de los principios hemos sido testigos de modificaciones que eran consideradas imposibles. 

El Papa Juan XXIII  fue elegido, eso se dijo en la época, como de transición, luego de la muerte de Pio XII. Este Papa de transición no le ocurrió sino convocar al Concilio Vaticano II que ha marcado unas notas para la Iglesia, que hoy, más de 50 años después, nos tienen meditando. Se nos viene a la cabeza que el tiempo, dada la eternidad de sus principios  y doctrinas es, como se dijo atrás, una variable que no determina cosa alguna. El Vaticano II tuvo muchísimos aciertos e interpretó las enseñanzas de los evangelios según los asuntos de la época. Esa es la riqueza de la doctrina; sin abdicar de ella, no faltaba más, permite estudiar e interpretar los acontecimientos cuotidianos y las necesidades de sus fieles. El Catecismo Astete, que todos habíamos estudiado y aprendido casi de memoria, tuvo una nueva versión mucho más estudiada y explicada. El primero era para aquellos fieles con la fe del carbonero;  el que ahora nos rige es razonado, en la medida de los actos de fe.

Uno de los fines del matrimonio hasta antes del Vaticano II era la preservación de la especie. Nos los cambiaron en el sentido de que este sacramento además del fin de la reproducción tiene otros que se acomodan a la vida como son la mutua compañía, el compartir la vida y disfrutar tanto el hombre de la compañía de la mujer así como la mujer la del hombre. Abrió una ventana de comprensión que los católicos han reconocido.

Hoy, Francisco  le está señalando a la Iglesia nuevos senderos. Todos los miembros de este cuerpo han recibido con alegría la presencia de su actual líder espiritual y cifran en él a la cabeza de la Iglesia de Roma, una comprensión compatible con la doctrina, desde luego, y con la vida actual. El Colegio Cardenalicio, compuesto por los príncipes de la Iglesia que dictan normas de acción, puede estar compuesto por personas que no necesariamente sean sacerdotes. Un seglar puede ser cardenal; pero no se establece el sexo del purpurado, por el color de sus atuendos. La designación de los cardenales es potestativa del Papa; ¿será que nos va a sorprender nombrando a una mujer para formar pate de este colegio? Bien parece que no contraviniendo normas de fe, no hay por qué espantarse ante esta posibilidad. Esto no significa necesariamente las mujeres sacerdotisas.

Uno de los pensadores más controvertidos en este y el pasado siglo dentro de la Iglesia es Han Küng quien desde ahora ha dicho cuándo y cómo morirá.  Dice que “nadie está obligado a soportar lo insoportable”. Y confiesa que padece de Parkinson, deficiencias en sus ojos que seguramente lo harán ciego. Además, sufre  de artritis con perspectivas de parálisis y deterioro general. Con una objetividad y serenidad implacables ha dicho que ha tomado las previsiones del caso para cuando su conciencia le indique que le ha llegado el momento de partir. ¿Suicido, eutanasia? Dicho esto por uno de los grandes teólogos se abre un proceso sobre un tema del cual la Iglesia tendrá que hablar.