Casi cuatro décadas antes de que en 2021 el profesor Abdulrazak Gurnah ganara el Nobel de Literatura, y le recordara así al mundo que en África también podían gestarse grandes historias dignas de la inmortalidad universal, un pionero descendiente de faraones se alzaba con aquel mismo galardón en los cuarteles generales de la Academia Sueca en Estocolmo, consolidando a las, por entonces exóticas, letras emergentes del Sáhara. Toda una revolución cultural que abriría la senda para las voces que vendrían después, incluyendo la del propio Gurnah. Ese hombre fue Naguib Mahfuz y hoy, tristemente, su legado se nos va entre los dedos, como las arenas de su Cairo natal.
Mahfuz es posiblemente el mayor representante en lengua castellana de la consabida promiscuidad editorial que imperó a finales de los años 90 y principios del milenio, pues su obra, de una prolificidad mayor a los 40 títulos, está atomizada como confeti a lo largo de más de una decena de sellos editoriales. Unos suficientemente sólidos como para continuar imprimiéndole en formato de bolsillo con una cierta regularidad, como Alianza Editorial, Austral o Booket; algunos pocos, más difíciles de encontrar, que intentaron apostarle a la pasta dura hace unos lustros, como Roca Martínez o Edhasa; y otros tantos, cuyas ganas de imprimirle simplemente sucumbieron sometidas por los designios del libre mercado, como Alcor, Península o Plaza & Janés.
Sin embargo, aun cuando a la bibliografía de Mahfuz pareciera no faltarle pretendientes que confíen en su potencial comercial, en Colombia, por alguna razón (o bueno, mejor, por la misma razón de siempre), su catálogo se simplifica en los tres tomos de su Trilogía de El Cairo: “Entre Dos Palacios”, “El Palacio del Deseo” y “La Azucarera” y, con muchísima suerte mirando en la sección de rebajas de algún estand de la Feria del Libro, uno que otro volumen esporádico de su Trilogía Egipcia: “La Maldición de Ra”, “Rhapsodis” y, el de más frecuente aparición, “La Batalla de Tebas”. El resto, técnicamente no existe y cualquier lector curioso que pretenda internarse en la espesura del Egipto mahfuziano tendrá que estar preparado para un incierto ejercicio de arqueología literaria entre librerías de segunda mano.
Es absolutamente desolador que el olvido se esté tragando de esta manera al más icónico de los autores africanos de la historia moderna, ya que para el final de la década podría ser prácticamente imposible encontrar copias de textos suyos que, con la exquisita sencillez de encontrar lo más sublime entre lo más mundano de la cotidianidad, retratan El Cairo callejero de los ciudadanos de a pie, como “Amor Bajo la Lluvia”, “El Espejismo”, “Festejos de Boda” o, seguramente las pérdidas más dolorosas a las que nos enfrentamos, “Miramar” y “El Café de Qúshtumar”.
Con lo difícil que ya de por sí es que un autor africano llegue hasta aguas del Caribe, que uno de ellos lo haya hecho con la magnitud que Mahfuz alcanzó en su momento debería ser una razón más que suficiente para considerarle un patrimonio digno de conservar en nombre de la riqueza cultural del lector colombiano.