Lamenté infinitamente no haber podido atender la gentilísima invitación del presidente Iván Duque a la conmemoración del centenario del natalicio de Álvaro Gómez Hurtado, mi mentor y mi amigo.
Gracias a que los estudiantes de la Javeriana entramos a reforzar el paro que adelantaban los medios de producción en mayo de 1957, cayó Rojas Pinilla, EL SIGLO pudo reiniciar sus emisiones que habían sido clausuradas por la dictadura. Desde el principio, Agustín Díaz Azuero, Fernando Rojas Cárdenas y yo comenzamos a escribir una columna sobre temas estudiantiles. En las prensas de EL SIGLO publicamos, en mi época universitaria un periódico estudiantil, efímero como casi todos los de su estilo, que se llamó Frente Democrático.
Más adelante escribí en el periódico unos comentarios sobre libros y súbitamente, hace décadas, cuando Álvaro Gómez lo dirigía, una columna de opinión. Al principio sin día fijo, yo la enviaba y, a veces se demoraba en ser publicada, pero luego aparecía como editorial. Para mí siempre fue un honor que Álvaro Gómez tomara como suya una opinión mía. Finalmente, me asignaron día fijo y desde entonces la publico fielmente cada semana. Álvaro Gómez me dio consejos prácticos muy útiles, como decirme que el lector de una columna debería terminar sabiendo algo que no sabía antes de empezar a leerla. Trato de seguirlo fielmente.
Mi hijo Rafael trabajó al lado de Álvaro Gómez durante un tiempo y ocupó la dirección del suplemento dominical de EL SIGLO que otrora dirigiera Belisario Betancur.
En 1984, Álvaro Gómez me llamó a una reunión con su hermano Enrique y con Rodrigo Noguera Laborde, que había sido mi profesor en la Javeriana, para que los ayudara en la fundación de una nueva universidad, la Sergio Arboleda, de la que fui el primer presidente del Consejo. La idea es que fuera un semillero de profesionales bien orientados con formación cristiana, democrática y conservadora. Lo ha sido. El presidente Duque es una prueba de ello. Hoy es una de las mejores universidades del país.
En mayo de 1988, el doctor Gómez fue secuestrado por el M-19 y duró en sus manos casi dos meses. Él sonreía cuando recordaba un grafiti de la época que decía: “Álvaro Gómez…hurtado”.
En las puertas de la Sergio lo asesinaron el 2 de noviembre de 1995. El político había enfilado sus baterías contra el gobierno de Ernesto Samper e, incluso, había dicho que había que tumbar el régimen. Como tantos otros magnicidios, el crimen de Gómez Hurtado va rumbo a la impunidad.
Sus enemigos lo atacaban sin consideración alguna a base de mentiras -fake news diríamos ahora-. Y, como en esa época eran mayoría, impidieron que llegara a la presidencia. Le ganaron López, Barco y Gaviria. El país perdió uno de sus grandes líderes pero sus ideas subsisten. Fue, como lo han dicho muchos comentaristas, un clásico de la cultura y un hombre del renacimiento. Fino escritor y ardoroso defensor de sus ideas pero capaz de discutirlas con altura, lo que no alcanzaron muchos de sus enemigos. Un día dijo: “Soy el último liberal que queda en Colombia”.
Fuera de las lecciones que aprendí a su lado, heredé una amistad con sus hijos y sobrinos y con Enrique Gómez Hurtado, político inteligente y tenaz, hoy radicado en Cartagena, que fue el principal consejero de su hermano. Añoro los almuerzos para discutir cuestiones de política, en los que Enrique oía amablemente mis opiniones.
No pude atender la invitación del presidente Duque, pero quiero rendir con esta columna que es anecdótica, un homenaje a uno de los grandes hombres del siglo pasado.