Amylkar D. Acosta M.* | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Marzo de 2015

Increíble pero cierto

 

Es necesario llamar la atención sobre una doble  paradoja que acusa el sistema alimentario en el mundo: por una parte, mientras millones de personas no tienen poder adquisitivo que les permita comer y miles de millones no consumen los nutrientes necesarios para tener una vida saludable, en la otra cara de la moneda nos topamos con el hecho de que mil trescientos millones de seres son clasificados como obesos o sufren sobrepeso. Como lo afirma John Kenneth Galbraith, “más personas mueren por comer demasiado, que por comer poco”.

De otra parte, las prácticas agrícolas más generalizadas siguen siendo altamente ineficientes y sobre todo atentatorias contra la sostenibilidad ambiental. En no pocos casos la ampliación de la frontera agrícola se ha venido dando a expensas de los bosques tropicales, que se han visto literalmente arrasados, lo cual contribuye en un doce por ciento del calentamiento global, fenómeno este que como ya vimos afecta también la seguridad alimentaria.

No deja de ser además de impresionante un mal síntoma de inequidad el hecho de que en el mundo se pierdan o desperdicien entre un cuarto y un tercio de la producción de alimentos para el consumo humano; se calcula que dos mil millones de toneladas de alimentos (cincuenta por ciento de lo que se produce) nunca llega a la mesa de los consumidores y de lo que llega aproximadamente el cuarenta por ciento termina en la cesta de la basura. En la Unión Europea, por ejemplo, se tira a la basura la mitad de los alimentos que se compran, al tiempo que setenta y nueve millones de personas permanecen por debajo de la línea de pobreza y dieciséis millones mendigan la caridad.

En Estados Unidos se desperdicia el cuarenta por ciento mientras cuarenta millones de pobres se ven a gatas para procurarse el sustento diario. Se estima que los alimentos desechados por los estadounidenses cada año equivalen a los US$ 165.000 millones y, según la FAO “sólo” US$ 44.000 millones anuales serían suficientes para erradicar el hambre en el mundo.

Por ello, sostiene la FAO que “este es un asunto de conciencia social, de freno al consumismo, de racionalidad, de prioridades y, por sobre todo, de voluntad política”. No es extraño, entonces, que el Nobel de Economía Amartya Sen sentenciara que “las causas de las hambrunas son políticas”, algo inadmisible y a todas luces reprochable.

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*Exministro de Minas y Energía