El diálogo se ha convertido en un imperativo de los tiempos que corren, pero es lo primero que se irrespeta y se rompe.
En sano juicio, nadie se atreve a ir en contra de las virtudes y bondades del diálogo.
Pero tan pronto como el diálogo no encaja en los parámetros, o antojos, lo más fácil es estallar y eliminarlo.
Por naturaleza, el diálogo y la argumentación son ejercicios que suponen la exaltación o el acaloramiento.
Por eso mismo, si las personas no están entrenadas, o no han aprendido a debatir, podrán valorar mucho el diálogo ( como algo políticamente correcto ) pero, en la práctica, lo que les resulta más fácil es explotar: ¡arrojar el tablero de ajedrez al piso!
Y si, a pesar de la agresión, los tertulianos soportan pasivamente la violencia verbal y gestual sin hacer uso de la legítima defensa, lo único que logran es reforzar la conducta negativa y autorizar al transgresor para que repita una y otra vez el improperio y la afrenta.
En consecuencia, lo importante en todo esto es promover el valor de dialogar, o sea, enseñar a mantenerse siempre “en el plano de lo intelectual”.
Eso significa que es necesario hacer un esfuerzo deliberado por no salirse del entendimiento, el discernimiento y el raciocinio.
Entonces, para mantenerse en ese plano de lo intelectual y evitar la tentación de hacer gala de “la ira y el intenso dolor”, lo mejor es aplicar al mismo tiempo dos métodos tan simples como valiosos.
El primero, es el que algunos identifican como “la pausa mental de un segundo”, esto es, el freno consciente de solo un instante para respirar profundo y seguir actuando con cabeza fría.
El segundo, es al que llamaremos “método DAMI”: discrepar - amonestar ( avenir ) - mocionar - interpelar.
Discrepar no es otra cosa que aceptar el disenso; diferenciarse, aunque al otro no le plazca.
Amonestar es decir algo para que se considere o se evite. Lo mismo que avenir: hacer ajustes a aquello que no encaja.
Mocionar es, precisamente, acostumbrarse a las mociones, esas útiles sugerencias que se hacen en un grupo que discute pero que mucha gente prefiere repeler para sentirse dueña de la palabra, del método y de las ideas.
Y por último, interpelar es solicitarle al otro que dé explicaciones sobre algo, o que cumpla lo acordado.
Porque, si después de todo esto, el contertulio se empeña en desorbitarse, agredir y tratar de someter al otro, lo mejor sería recurrir a los antiguos atenienses y decretar el alejamiento, la proscripción, el ostracismo.
Al fin y al cabo hay eremitas, cenobitas, faquires y estilitas que solo se sienten felices como campeones mundiales de la hurañía, el anacoretismo y la misantropía.
vicentetorrijos.com