La orden del presidente Gustavo Petro de prohibir ayer, intempestivamente, el aterrizaje en Bogotá de dos vuelos con 160 colombianos deportados de Estados Unidos, algunos por indocumentados y otros por antecedentes penales en ese país, puso las relaciones colombo-americanas en el ojo del huracán, por decir lo menos. Fueron casi 24 horas de alta tensión, solo superadas cerca de la medianoche.
En principio, el gobierno Petro venía actuando al tenor de los términos que había acordado al respecto con la administración saliente de Joe Biden y que, como se sabe, había duplicado las deportaciones, sin protesta alguna de parte colombiana. Pero de improviso, apenas comenzado el gobierno de Donald Trump, el mandatario nacional produjo un inesperado viraje, pese a que las autoridades de ambos países habían convenido y autorizado la operación anterior bajo las cláusulas y pactos internacionales sobre inmigrantes ilegales. Tanto así que el propio Petro había dicho, en un trino de madrugada, que se les debería recibir con un ramo de flores.
No obstante, corridas las horas, el presidente cambió de opinión y prohibió el aterrizaje de los aviones, que se devolvieron. De inmediato, Estados Unidos reaccionó, diciendo que aplicaría las leyes de inmigración cuando una nación no acepta a sus deportados, y procedió a cerrar la oficina de expedición de visas en Bogotá (tanto las visas de turismo como las de estudio, negocios, conferencias u otro tipo de permanencia). Ya de antemano el país norteamericano había congelado las ayudas financieras a Colombia mientras que, al igual que en los demás países del mundo, se analiza su uso y eficacia. Donaciones, por su parte, de las que nuestro país ha sido receptor privilegiado en las últimas tres décadas, al lado de Egipto e Israel.
Las relaciones de Petro con el presidente Donald Trump y los Estados Unidos han pasado del cielo al infierno en cosa de días. En principio, al conocer la contundente victoria del candidato republicano, le envió una aduladora carta de felicitación, destacando el nítido mandato democrático manifestado por el pueblo estadounidense en las elecciones del pasado noviembre (incluida la política migratoria tan publicitada en la campaña). Posteriormente, mostró en un trino su indignación porque no lo habían invitado a él, sino al embajador colombiano, a la posesión de Trump. De modo más reciente, en medio de la catástrofe del Catatumbo y el discurso en la zona, Petro se pasó a la rutinaria muletilla que a cada tanto saca de la manga para todo y sugirió que los nuevos gobernantes norteamericanos son ‘nazis’. Al mismo tiempo, promovió el encuentro del ministro de Defensa, Iván Velásquez, con su fraudulento colega del país vecino, Vladimir Padrino, sujeto que el anterior gobierno de Biden, por razones criminales y de seguridad nacional, puso recientemente en el afiche de “se busca” y por el que expidió una recompensa de 15 millones de dólares y otro tanto, aunque mayor, por las capturas de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello: los triunviros de la tiranía venezolana.
Ahora, con la nueva provocación del regreso de los aviones de deportados, las relaciones entre Estados Unidos y Colombia estuvieron a nada de salirse de madre. El propio presidente Trump, más allá del tema de las visas, que también confirmó, anunció que los productos colombianos exportados a los Estados Unidos tendrían de inmediato un arancel del 25% y en una semana del 50%. Esto entre otras sanciones a que hizo referencia con base en las facultades extraordinarias de que goza el primer mandatario norteamericano cuando se trata de asuntos de seguridad nacional, escalafón al que ha sido elevado el tema de la inmigración ilegal, con emblemas como el siniestro “Tren de Aragua” venezolano. Con ello se hizo patente que más de 50 millones de colombianos sufrirían, ipso facto, las consecuencias de perder el mercado estadounidense, cuya potencia representa infinidad de empleos en Colombia y cerca de 15.000 millones de dólares anuales, a través de 2.400 empresas. Es fácil, pues, deducir el gigantesco daño para el país y el pueblo colombiano.
El día transcurrió con la alarma del caso, pero lo que más llamó la atención fue un muy extenso trino del presidente Petro en el que se paseó por la historia universal, desde los romanos hasta el califato de Córdoba, en España, hasta su propia procedencia italiana, contestándole a Trump. Y en el que, por tanto, dijo que no le asustan los bloqueos ni las amenazas, además, no sin un dejo de victimismo.
En la noche, de repente el ambiente era otro. Ambos países anunciaron un acuerdo. Según la Casa Blanca, en los términos precisos de Trump y sin los incrementos arancelarios anunciados; según la cancillería colombiana, en condiciones de deportaciones “dignas”. Aun así, la tensión sigue latente. El pueblo colombiano, poco adicto a Petro, no merece una sanción generalizada. Tampoco las relaciones con Estados Unidos ni con ningún país, pueden ser manejadas al pálpito de los trinos, salvo que la intención sea el salto al vacío. Y sacar temerarios réditos del abismo y la anarquía.