

Inodoro (del verbo ignorar) si a usted le ha pasado que, a estas alturas y bajezas del año, lo prometido -entre el atragantamiento de uvas con o sin pepitas- en la frontera del anterior y de este, ha quedado en la nada o se acerque a ella. Y aunque usted sea o no futbolero-barra-a, sabrá qué es un autogol, un gol en propia puerta (como dicen por estos lados) o un “own goal”, como dicen los ingleses. Y que una goleada es cuando te meten muchos goles o te los metes tú mismo.
A propósito de goleadas, la mayor en un partido oficial ha sido en el torneo nacional de fútbol en Madagascar en el ya lejano 2002. El partido quedó 149-0. Goleada. Mejor dicho, autogoleada. Y no es que un equipo fuera bueno, rebueno y el otro, malo, malísimo. Resulta que, ante un fallo arbitral de lacerantes proporciones, el técnico del equipo desfavorecido ordenó a sus jugadores hacer el mayor número de autogoles posible durante los 90 minutos. Sacaban de centro y se metían un gol. Sacaban de centro y se metían otro, ante el pasmo de rivales y del mismo árbitro. Ni qué decir de la grada, que se la pasaría de júbilo o de grima, según sus preferencias.
Eso nos pasa, si no a diario, muy a menudo y no solamente a principios de año. En el partido que jugamos todos los días, nos metemos goles. Los relacionados con las dietas, tal vez sean los más naturales y célebres, que de ser publicados serían virales, esa gran aspiración de media humanidad, que espera que la otra media nos admire y hasta se ría de nosotros. Ser viral basta. Algo así como lo que dijo Dalí “Que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mi…”. Pues están la dieta del garbanzo, la Pritikin o la del ganso. Gol. Los tan apreciados y muy de moda (hay que estar a la moda) “ayunos intermitentes”; los ha de doce, de dieciséis horas sin comer. Otros seres hacen un 5/2 como los cajeros automáticos: comen cinco días y dos no. Otros alternan un día sí uno, no, de la misma manera que hacen el amor, que no ha de confundirse con la dieta de Perucho. Autogol. Está la cetogénica, la DASH, la South Beach (“own goal”), la ¡paleolítica!, la vegana, vegetariana, la pescetariana, la de para todos los gustos y la de camionero. ¿Dónde quedan los expertos que aseguran que hay que comer cinco veces al día y beber seis litros de agua como un caballo barra yegua? Pues jugarán otro partido con otros partidarios y quedarán empatados.
Otros autogoles de antología son los que se ingieren vía telefonía móvil. Cuánta basura digital, auditiva y visual se ingiere por segundo. Daría para alimentar (y explotar de colesterol del malo) los cerebros de todas las personas que han existido desde el confín de los tiempos. Ni qué decir de las religiones, goleadoras insignes, o de las certezas políticas, o del señor don dinero, que nos arroga la potestad de ser superiores al otro, así como quien esgrime un arma. O quienes envían fotos y fotos, con lo que comen, con lo que beben, dis-fru-tan-do con fondos de fantasía, para certificar que son felices. Y sí, son felices. Autogol.
¿Será que es tan simple como lo sucedido con el anecdótico partido malgache?, que necesitamos un mal árbitro para autogolearnos a complacencia sin importarnos hacer el ridículo o dárnoslas de dignos. O que queremos ser el árbitro, el equipo que golea y el que recibe y además ser nuestro propio público.