La filosofía es una de esas artes oscuras que me atraen y me espantan por igual. Nunca se me ha dado bien y no fueron pocas las frustraciones que experimenté en la facultad manteniéndome despierto entre el discurrir de la madrugada mientras intentaba asimilar el voltaje metafísico de Kant, Heidegger, Hegel o cualquiera de sus colegas de turno. A pesar de aquellos años en los que la magnitud de mi propia ignorancia no escatimó ocasiones para burlarse de mí, sigo albergando el deseo auténtico de algún día ser digno de acceder a aquellas verdades universales que escapan a mi entendimiento. Tal vez fue por ello que, cuando hace poco tuve la oportunidad de leer La Sociedad del Cansancio, me aferré a ella como mi última esperanza en la búsqueda de la absurda redención intelectual que mi orgullo desesperadamente necesitaba.
Este corto ensayo de Byung-Chul Han, a propósito del inminente desembarco de Corea del Sur como país invitado en la próxima Feria del Libro de Bogotá, lleva dando vueltas en las sobremesas culturales desde hace algún rato, pero ha cobrado aún más significado gracias a la epifanía social que nos impuso el virus a golpe de confinamientos, teletrabajo y cadáveres: algo anda mal con nuestro modelo laboral. Y es que en las poco menos de cien páginas que tiene su texto, Han consigue desnudar sin objeciones cómo el trabajador contemporáneo ya no necesita la explotación de su fuerza de trabajo auspiciada por un patrón capitalista ávido de plusvalía, ya que éste lo hará gustosamente y por sí mismo en aras de su propia libertad.
Solo hace falta ver desde la calle las ventanas encendidas de cualquier despacho de abogados un domingo por la noche o escuchar los exhaustos relatos sobre las maratónicas jornadas de un rider de domicilios o un conductor de Uber para constatar la existencia en Colombia del “sujeto de rendimiento”, como lo bautiza Han, una nueva especie de trabajador que “es su propio jefe” y para el cual “nada es imposible”, y cuyo incentivo laboral está dictado por un perverso sistema de bonificaciones y retribuciones que es directamente proporcional al tiempo adicional que se coaccione a seguir trabajando. “El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y victimario ya no pueden diferenciarse” apunta Han en una de las frases más contundentes de su libro.
Y es justamente en esta vorágine de autorrealización violenta y guerra autoinfligida contra nuestras propias mentes y cuerpos donde nos convertimos en inválidos cuando, nunca mejor dicho por Han, “no podemos poder-más” y nos fundimos aplastados bajo el peso del cansancio de la libertad de “ser lo que queramos”, incluso si ello implica destruimos en el proceso. Una de esas nuevas patologías de nuestro tiempo conocida como burnout, síndrome en el que el trabajador estalla, pierde la vocación o simplemente enferma gravemente y del que todos hemos conocido al menos un caso en la vida. Todo por una hora más que facturar al cliente, un viaje más que aceptar en la app, un proyectil más que disparar contra uno mismo.