CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Octubre de 2013

Corrupción: ¿crisis política o moral?

 

Debido  al debate que se suscitó por los sueldos de los parlamentarios vino otra vez el acostumbrado “palo al Congreso” bajo la generalización de la “corrupción enquistada en los políticos”.

¿Pero está el problema solo en los políticos? Es decir, preguntémonos si la crisis que vivimos se puede limitar solo a la política o va más allá. Situar la falta de ética, y la consecuente corrupción, sólo en los políticos y dejarla ahí aislada es no avanzar al fondo del problema. Los políticos sin ética -o con una acomodaticia- sí tienen una mayor responsabilidad social por sus faltas y hay que remplazarlos, pues en ellos los vicios privados se transforman en injusticias y estragos públicos. Pero esos políticos no provienen de Marte sino de las mismas entrañas de nuestra sociedad que los elige.

El punto a destacar es que hoy día son más bien pocos los que no ven que hay una raíz de índole moral en las frecuentes “noticias-escándalo” como los casos de Interbolsa y Saludcoop o los asesinatos perpetrados por jóvenes “hinchas”. Entonces, más allá de crisis en la política hay que hablar también de una crisis moral en nuestra sociedad.

Ahora bien, para que exista una moral es necesario disponer de una determinada concepción del ser humano y de lo que es una vida lograda, es decir, responder al interrogante de cuál es nuestro fin en la vida. Por lo tanto moral significa en primer término, no lo que debo hacer, sino lo que debo ser. Y entonces sabiendo lo que debo ser puedo tener una norma de comportamiento, es cuando puedo saber qué es bueno, qué es justo y qué es necesario.

Por ende, si hablamos de una crisis moral estamos diciendo que nuestra sociedad no sabe proponernos cuál es nuestro fin en la vida para que sea lograda. Y si no sabemos identificar de forma colectiva o al menos de manera mayoritaria lo que es bueno, lo que es justo, y diferenciar lo necesario de lo superfluo, el bien común será inalcanzable. Y es aquí donde encuentra su espacio la corrupción política, pero no porque los políticos desconozcan el bien, sino porque es el conjunto de la sociedad quien es incapaz de establecerlo como una realidad objetiva, superior a nuestros bienes particulares. Una verdad objetiva tan potente que nuestros bienes particulares sólo alcancen su sentido si se articulan de manera subsidiaria a ella. No existen corruptos sin corruptores, ni agredidos sin agresores.

Así las cosas, preguntémonos si prevalece en nuestra sociedad la norma de "no lo hagas porque dañas y te dañas" o más bien se impone la del  que "lo importante es que no te cojan". Una respuesta real es que hay de todo, exactamente igual en la política. Entonces la clave está en cómo conseguimos que los partidarios del "que no te cojan" no formen una categoría social preponderante sino excepciones. Es esta la vía más certera para arribar a una convivencia civilizada.