CARLOS MARTÍNEZ SIMAHAN | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Diciembre de 2011

 

Mao, emperador

 

En Zunyi, provincia de Guizhou, se conserva intacto el escenario en donde el Buró Político tomó la decisión histórica de entregarle a Mao Zedong la dirección del Comité Central del Partido Comunista Chino y del ejército rojo, hasta entonces, victima de derrotas que lo colocaron al borde de la disolución. Eso fue en enero de 1935 y allí empezó a gestarse el mito de Mao, cuando atravesó varias veces el río Chishui, eludiendo la persecución del ejército nacionalista, para reunirse con el ejército rojo del norte. Fue el final victorioso de la Gran Marcha.

En ese ambiente de veneración al dirigente comunista, le pregunté a un joven politólogo chino, quien nos acompañaba, por qué Mao, al final de sus días, declaró la “revolución cultural”, con la consiguiente gran purga bárbara y sangrienta, que estremeció el establecimiento comunista hasta la médula y atemorizó a la sociedad china toda. El principal instrumento de la purga fueron los estudiantes a quienes la señora Mao les suspendió las clases y los lanzó contra sus profesores, para luego conformar los “Guardias Rojos”, quienes hicieron aparición en Pekín con un cartel que decía: “A la mierda los sentimientos humanos”, “Seremos brutales”, “Aplastaremos y pisotearemos a los enemigos de Mao”. Y lo hicieron. (Viene a la memoria el grito de Millán Astray frente a Unamuno, en la Universidad de Salamanca: “abajo la inteligencia, viva la muerte”). Es patética la narración de la Revolución Cultural en la completísima biografía de Mao, de Chang y Halliday.

Mao es el dios de nuestros abuelos, el gran revolucionario, me respondió mi interlocutor. Él estaba preocupado por la “occidentalización” de la sociedad soviética cuyos efectos ya se sentían en China. También fue un episodio más del constante enfrentamiento con Moscú. Como revolucionario puro, decidió cortar por lo sano. Y el camino que escogió fue una guerra total contra la cultura, a extremos tales que exilió y desapareció a casi toda la cúpula del partido y del ejército, lo que lo condujo a la soledad política de sus días postreros. Tenía Mao presente el Movimiento de Occidentalización del Siglo XIX, cuando se pretendió aprender de las tecnologías y prácticas de Occidente, por los herederos de la dinastía Qing. Además, Mao salió de China sólo en dos ocasiones, ambas en visita oficial a Moscú. Pertenecía a la entraña de la China profunda, de la China histórica. Por eso, su gran deseo era ser “emperador” a la manera de la tradición de caudillos bárbaros, quienes luego de derrotar a ”señores de la guerra” y unificar territorios se convertían en emperadores, como Qin Shi Huang, el primero de muchos, entre los años 259 y 210 a.C. Sí, Mao fue un dios, cruel y vengativo, pero para las nuevas generaciones el gran timonel fue Deng Xiaoping… Esa es otra historia. La de hoy.