El territorio de Colombia, que, como señalaba el historiador Jaime Jaramillo, fue calificado por los cronistas de la Conquista como “fragoroso, áspero, doblado y enfermo”, constituye una de las claves fundamentales a la hora de explicar su trayectoria histórica, el carácter de su nación, su estructura demográfica, su configuración institucional, sus vicisitudes políticas, y el desarrollo de su economía y de las formas de vida de su población. También, al momento de abordar lo que ha sido y lo que podría ser su política exterior.
Recientemente, el excanciller Julio Londoño ha llamado la atención sobre el desinterés de Colombia frente al Caribe, “no obstante su condición excepcional de ser simultáneamente estado continental e insular en la región”. Lo mismo podría decirse sobre Centroamérica -que hasta cierto punto constituye una unidad con ese Caribe al que se refiere el actual decano de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario-. Un desdén que se remonta incluso a 1821, cuando con palmaria indiferencia fue recibida la intención del entonces llamado “Estado de Hayti español”, de unirse a la joven república cuya Constitución acababa de promulgarse en la Villa del Rosario.
Casi nunca se reconoce que, empezando por su propia posición geográfica, Colombia es centroamericana. También lo es por razones históricas, por una innegable interdependencia, por profundas interconexiones, y por razones de interés estratégico y de seguridad y defensa nacional.
En efecto: Colombia se proyecta espacialmente hacia Centroamérica; como casi todos los Estados centroamericanos, es un país bioceánico; y forma parte de un mismo corredor geopolítico. Desde la Colonia, Colombia ha estado presente en Centroamérica -sin lo cual, otra habría sido la suerte del archipiélago-; y ha participado activamente en las grandes cuestiones centroamericanas: desde la transferencia de la soberanía sobre el Canal de Panamá a los panameños, hasta los procesos de paz en la región.
Colombia y Centroamérica están vinculadas por características y desafíos, no sólo comunes sino compartidos. Podría decirse incluso que conforman un “complejo regional de seguridad”. Y enfrentan por igual riesgos como la vulnerabilidad al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad, y amenazas como el crimen organizado transnacional.
Los lazos entre Colombia y Centroamérica no han hecho más que intensificarse y profundizarse durante las últimas décadas: en el transporte aéreo, en las perspectivas de interconexión energética, en los flujos migratorios, en la penetración de las inversiones colombianas en múltiples sectores (desde el financiero hasta el turístico). Además, Colombia se ha convertido en un cooperante importante, tanto directo como intermediario, de varios países de la región. Y tiene todavía más que ofrecer.
Colombia está en mora de tomarse en serio su “centroamericanidad”. Dispone de un acervo valioso para potenciar aún más su relación con la región, para construir alianzas y reforzar partenariados estratégicos para promover sus intereses y su posicionamiento internacional. Pero para eso debe dejar de mirar a Centroamérica con desdén y superioridad, y ver en ella mucho más que a Nicaragua.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales