Corren tiempos frenéticos para la industria editorial en Europa. En París justo ha concluido la primera versión del renovado Salón du Livre, ahora bautizado en su renacimiento pospandémico como el Festival du Livre de Paris, mientras en Madrid la Feria del Libro calienta motores, a un mes de su inauguración, con la presentación de su cartel oficial. Estas dos fiestas literarias, junto con la Frankfurter Buchmesse alemana, son los referentes máximos de este tipo de celebraciones en el Viejo Continente y, por lo mismo, son un parangón interesante frente al cual evaluar a la Feria del Libro de Bogotá. Una prueba ácida de la cual, anticipo, sale bastante bien parada.
Primero, la magnitud. Aquí Bogotá y Madrid empatan por un mero tema de percepción visual de difícil decantación: mientras en Corferias todo se concentra en una gran manzana, los madrileños desenredan su feria en una hilera kilométrica de quioscos que abarca toda la extensión del Paseo de Fernán Núñez en el colosal Parque de El Retiro. Muy atrás queda París, que este año experimentó con el céntrico Grand Palais Éphémère a espaldas de la Torre Eiffel, ganando en majestuosidad y puesta en escena, pero sacrificando la capacidad que le proveía, hasta entonces, la inamovible Porte de Versailles.
Segundo, acceso. Aquí Bogotá encuentra una de sus mayores falencias, pues mientras Madrid y París abren sus puertas de forma gratuita a cualquiera que quiera pasarse a curiosear, en Corferias la barrera de $10.000 a la que se somete al visitante, por muy justificada que esté por gastos logísticos, constituye una desventaja competitiva que condiciona a muchas familias a una única visita o a mirar sin comprar, lo que afecta directamente a las librerías y editoriales, verdaderas protagonistas del evento. A lo mejor, hay que pensar una versión alternativa de la FILBo más barata y asequible para cualquier bolsillo.
Tercero, fichajes. Aquí hay un triple empate, pues el esfuerzo de la FILBo por acercar a los colombianos a las grandes estrellas del firmamento literario es simplemente titánico. Ver desfilar por Corferias, con asidua frecuencia, a ganadores del Premio Nobel de Literatura es todo un lujo que se acompaña de la presencia imperdible de nuestros autores criollos. Un motivo de orgullo que nos pone al nivel de lo que hace Madrid con el Premio Alfaguara y su prolífica cosecha de plumas locales o París con los ganadores del Premio Goncourt y sus incontables galardones literarios menores.
Por último, estilo. Aquí se respeta el de cada uno. Mientras Madrid apuesta fuerte por largas y múltiples maratones de firma de libros que desmitifican a los autores hasta aterrizarlos a un palmo de distancia de sus lectores y París cede los reflectores a los nuevos y rimbombantes lanzamientos de las poderosas editoriales francófonas, Bogotá opta por una agenda con alto contenido de debate social y político que busca no dejar a nadie indiferente. Tres enfoques tan heterogéneos como valiosos.
Comparaciones (no tan) odiosas que nos permiten apreciar la considerable potencia literaria de nuestra FILBo, muy a la altura de los mejores espectáculos europeos.