Conectado con la vida misma de la Iglesia y con la gran alocución del Papa Francisco, en Medellín, señalada por la Exhortación “Vida Consagrada” de S. Juan Pablo II (25-03-96) como “corazón de la Iglesia”, comenzamos en entrega anterior a referirnos a este tema tan importante. Triple dimensión de este hecho eclesial se señaló en esa Exhortación: “consagración, comunión y misión”. Cada una indica aspectos que destacan esa tan apreciada vocación, cuya realización en cada persona que la asume la exalta a situación ejemplar en el pueblo de Dios.
El Cap. I de ese magistral documento muestra un aspecto engrandecedor de la vida consagrada, al presentarla como “llamada a manifestar la misma vida trinitaria” de Dios. Indica cómo lleva a una “respuesta radical al seguimiento de Cristo” al vivir los Consejos Evangélicos, con proyección a realización plena en un final feliz. Sentido de esa vocación es prefigurado en la Transfiguración de Jesús, que se realiza como preparación para afrontar la cruz (n.14). Es que en la contemplación de Cristo Crucificado se inspiran todas las vocaciones que han de llevar a la transfiguración espiritual del cristiano (n.23). Esa consagración, “en totalidad de entrega, es equiparable a un autentico holocausto” (n.17).
Se presentan en la Exhortación que detallamos: la obediencia, como reflejo de la armoniosa correspondencia entre las tres divinas Personas; la pobreza vivida por el Hijo, cuya única riqueza está en su unión con el Padre; la castidad celibataria, reflejo del amor infinito de las tres divinas Personas, ofrendada con la alegría de un corazón indiviso (n.21). Esta vocación es llamado especial de Dios, quien no niega su gracia a quien la sigue, a imitación de Jesús asistido por el Espíritu Santo (Hech. 10,38). Es vida unida a la del divino Salvador, unida a El, con propósito de infinito valor: la conquista de su Reino en beneficio de toda la humanidad (n.22). Quienes así viven son testigos de Cristo en el mundo, con vivencia de la humildad, con la aceptación de los sufrimientos que según Cor. 1,24: “completan lo que falta a las tribulaciones de Cristo”.
Se destaca la “dimensión escatológica” de la vida consagrada, pues es testimonio de la segura esperanza de un Reino que solo culmina en el más allá (nn. 24-27), con el testimonio de consagración de María Santísima y con su protección (n.28). Conforta, además, sentirse unidos a la vida y santidad de la Iglesia, tesoro de ella, con “fecunda profundización de la consagración bautismal”, en relación con los demás estados de vida, todos llamados a la santidad (nn. 30-31). El estado laical y el clerical tienen grandes valores y propias misiones, al tiempo que la vida consagrada tiene su especial “excelencia objetiva”, en su peculiar esfuerzo por reflejar el vivir de Cristo. Se realza el grande valor que tienen los Religiosos de Comunidades de vida activa y contemplativa, que se complementan, llamados todos a mantener en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio.
Se insiste que todos los hijos de la Iglesia deben sentir “profunda exigencia de conversión y de santidad”, pero esta exigencia se refiere, en primer lugar, a la vida consagrada, teniendo allí “llamado a una existencia transfigurada”. Hay, allí, “camino privilegiado hacia la santidad” (nn.35-36). Para que sea cuanto significa, es indispensable “plena fidelidad” a su conjunto de exigencias, y, en cada una de las Comunidades, “fidelidad al carisma fundacional”. Debe haber, allí, ejemplo de ascesis y combate espiritual, formación espiritual más elevada, evitando vida secularizada (n.36). Énfasis en todos estos aspectos y llamado entusiasta a la juventud de hoy a responder a esta gran vocación, para vitalización de la Iglesia, hizo el Papa en su alocución de Medellín (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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