Entusiasmo y deleite espiritual ha traído destacar en dos anteriores entregas la gran riqueza que ha tenido y tiene la Iglesia en la “Vida Consagrada”, llamada, “corazón de la Iglesia”, en Exhortación sobre ella del Papa S. Juan Pablo II (25-03-96). Habiéndonos referido a la Introducción y Primer Capítulo, es enriquecedor acercarnos a los dos siguientes.
Concluía el Primer Capítulo destacando el gran aporte de la vida consagrada al empeño fundamental de la Iglesia de suscitar, en cada fiel, “verdadero anhelo de santidad” (n.19), con voz de marcha, tomada de palabras de Jesús a vivir este ideal: “¡levantaos, no tengáis miedo!” (n. 40) (Mt. 17,7). Este caminar debe ser en ambiente comunitario, dedicándose, como continuación de lo obrado por el propio Jesús, a formar nueva familia en comunión eclesial, con aporte, a través de los siglos, de Comunidades de vida consagrada (n. 41). Se recuerda cómo “la Iglesia es, esencialmente, misterio de comunión”, según enseñanza del Vaticano II, en su documento “Perfectae Caritatis” (n. 15).
Propiciar la anterior vivencia es tarea de todos, dice el Cap. II, pero, en especial, “las personas consagradas han de ser expertas en comunión”, realidad que exige de ellas adhesión al magisterio del Papa y de los Obispos, en ambiente de “amor filial” (n. 46), gran enriquecimiento espiritual y colaboración pastoral en las Diócesis. Hay llamados a las Comunidades Religiosas a estar en unidad con el Pastor diocesano, en dialogo con él animado por la caridad, con el aporte del testimonio de esa vivencia, que se refleje en la marcha de cada Comunidad (nn. 48 a 51). En caridad y armonía debe darse en la colaboración con las organizaciones diocesanas y comunidades de distintos carismas, y con el laicado en general (nn. 52 a 56).
Especial mención se hace en la Exhortación a la presencia en la vida consagrada de la mujer, “signo de la ternura de Dios hacia el género humano”, cuya identidad, capacidad y responsabilidad es preciso valorar, y recibir su contribución (nn. 57 a 58). Es de tener en gran estima a las monjas de clausura, con el aporte tan valioso de vivir únicamente para Dios en Cristo Jesús (n. 59).
En distintas páginas se destaca la novedad valiosa de los Institutos Seculares, desde los cuales sus integrantes buscan “transfigurar el mundo desde dentro”, con la vivencia de las Bienaventuranzas (n. 10), al lado de los cuales acoge la iglesia “diversas formas de vida al estilo de los religiosos”, de quienes siguen inmersos en las realidades terrenas. Entre ellas están las vírgenes consagradas que viven en sus familias, y los cónyuges cristianos en conexión en Asociaciones y Movimientos eclesiales, viviendo un “amor consagrado” con voto de castidad propio de la vida conyugal (n. 62).
El Cap. III presenta magnífica proyección de la vida consagrada encaminada al “servicio de la caridad”, cuyo cumplimiento es calificado como “epifanía (revelación) del amor de Dio en el mundo”. Es Capítulo lleno de reveladoras enseñanzas sobre la proyección del amor de Dios a través de esta especial y radical entrega al servicio de Dios y de los hombres. De esa amplia y valiosa presentación destaquemos, solamente, las claras palabras con los que el Pontífice marca tres aspectos de esta superior situación eclesial: afrontar “un amor hasta el extremo” (nn. 75 a 83); dar “testimonio profetizando los grandes retos” (nn. 84 a 95); hacer presencia en varios “areópagos” (realidades) a los cuales es preciso llevar el testimonio de vivencia cristiana (nn. 96 a 1003).
Concluye la Exhortación destacando el inmenso valor de la vida consagrada, y cómo la Iglesia y la sociedad tienen necesidad de estas personas con entrega total a Dios y a los humanos, que se dejan transformar por la gracia de Dios (nn. 104 a 105).