“Ah, yo pensé que usted era del Chocó por su tono de piel” dijo Pacheco auténticamente sorprendido ante la inesperada respuesta del participante de turno. Mi novia y yo nos miramos con estupefacción por un segundo mientras la luz azuleja del celular que pendía sobre nosotros nos alumbraba la incredulidad. La misma mueca que habríamos de hacer cuando la lora Mamola relató entre risas un chiste machista sobre la gran cooperación que prestan los hombres levantando las piernas mientras sus esposas barren la casa. Y ni hablar de la vergüenza que sentí cuando empezó aquella sección donde invitaban jóvenes modelos para ser morboseadas por el anciano presentador y quitarse la ropa bajo las órdenes de los concursantes, quienes ganaban puntos extra por adivinar el color de su tanga diminuta.
¿Cómo explicarle a ella que ese programa, Quiere Cacao, era el producto estrella de las noches colombianas de los domingos a finales de los años noventa? ¿Cómo justificarle que mi país no es racista, cosificador de mujeres y promotor de desigualdades entre sexos si aquel registro histórico colgado en YouTube mostraba todo lo contrario en un solo capítulo? “Esto no podría ser emitido en mi país”, me dijo, y yo que no sabía dónde esconderme.
¿Qué hacer entonces con esos contenidos que por la evolución misma de nuestra sociedad están desfasados? Esa es la pregunta que se hace el mundo con Apu, el amable tendero de Los Simpson, cuya figura ha estado en el ojo del huracán gracias al documental The Problem With Apu, una pieza visual que cuestiona el estereotipo creado gracias a este personaje alrededor la raza india. Las críticas han hecho crecer el rumor de que Apu dejaría de aparecer en el programa y ello, de llegar a materializarse, consolidaría una peligrosa tendencia global que busca juzgar situaciones actuales fuera del contexto en el cual se gestaron originalmente.
Mi novia tenía razón, los comentarios de Pacheco, al igual que las burlas por el caricaturizado acento de Apu, no podría ni debería ser emitido en ningún país, pero dicho material de entretenimiento, tan ofensivo y fuera de lugar como todos entendemos que es, reflejan el ideario de una época distinta y así deben ser analizados. Bajo esta perspectiva es claro que la solución más sencilla sería eliminar todo rastro de Quiere Cacao o enterrar a Apu en el hoyo más profundo de Springfield, pero con ello perderíamos una valiosa oportunidad de aprender sobre lo que se en su momento se hizo mal y con esto apreciar mejor los avances en materia social que hemos alcanzado.
Cuando pienso en Apu se me viene a la cabeza la imagen de un inmigrante trabajador doctorado en computación, dueño de su propio negocio en un país extraño, un romántico empedernido enamorado de su esposa Manjula que dejó todo atrás sin perder sus raíces hindús para romperse el lomo día tras día con el fin de alimentar a sus octillizos. Francamente, no se me ocurre un mejor embajador del pueblo indio ante el mundo que él.