La justicia, sin perjuicio de lo que se entienda por ésta, es uno de aquellos valores universales que son homogéneos en la gran mayoría de sociedades y, tal vez por ello, es que a los lectores nos resulta casi que natural empatizar con las historias de detectives y forajidos sin importar en qué lugar transcurran los hechos. Bien sea la olvidada desaparición de una mujer en la Suecia cosmopolita, el rapto sistemático de bebés en una alejada comarca china, el misterioso asesinato con nocturnidad de un maestro pintor en Estambul o el atropello impune de cualquier peatón anónimo en algún distrito parisino, siempre nos inclinaremos por el descubrimiento de la verdad y el castigo de los culpables.
Así pues, dejarse absorber por la trilogía española del detective Melchor Marín, insuflado de vida por la pluma creadora de Javier Cercas, y cuya entrega final, El Castillo de Barbazul, acaba de aterrizar en las librerías, es más que una gustosa rendición ante ese placer culposo que son los thrillers policiacos. Y es que Marín no es uno de esos héroes impolutos que expelen superioridad moral mientras aleccionan aquí y allá a quien se atraviesa con ellos, sino que es uno de esos pecadores redimidos que nos gustan. Un ángel caído que probó su ración del lado oscuro y resurgió de las sombras gracias a la literatura de Victor Hugo, y su inmortal Inspector Javert, para servir del lado de la ley. Un Harry Bosch catalán que sonríe poco porque su vida se resume en una sucesión de tragedias, pero que sale a jugarse el tipo todos los días por su hija y su esposa.
Los tres capítulos de su arco narrativo son igualmente disfrutables. Terra Alta (Premio Planeta 2019) es una historia de origen donde presenciamos la construcción de su universo y entendemos las profundas fracturas emocionales que carga este personaje; Independencia (mi favorito personal) nos presenta una cacería de fantasmas de su pasado al tiempo que pretende desmontar la trama de conspiraciones del poder en Cataluña y, por último, El Castillo de Barbazul, es el cierre apoteósico de un Melchor Marín desatado que, tomándoselo como un asunto personal, se enfrentará a una poderosa red de explotación de menores para llevar la justicia allí donde la ley flaquea.
Otro punto curioso de esta obra es el quebrantamiento de la frontera entre el mundo real y el literario, pues rápidamente nos revelan que Melchor Marín ha tenido una participación omnipresente en varios de los eventos clave de la Barcelona contemporánea, como los atentados yihadistas de Las Ramblas o el referéndum independentista de 2017, por no mencionar las variadas menciones que se hacen a las novelas de un tal Javier Cercas que relata las aventuras de Marín (pero que nadie se cree porque los escritores solo venden mentiras) y el cameo inesperado de Héctor Abad Faciolince, quien se desmaterializa en alguna escena para formar parte de esta saga. Todos estos, detalles exquisitos que nos hacen dudar, aunque sea por un segundo, que Marín sea una persona ficticia y que Faciolince sea una persona real.