De la pasión a la compasión (III) | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Marzo de 2022

¿Qué es acotar la pasión? Es atestiguar al ego, sin juicios, y reconocer que es una gran plataforma para el aprendizaje vital.  Ese es el ejercicio más compasivo que podemos hacer con nosotros mismos.

Desde pequeños estamos acostumbrados a juzgar y condenar.  Las experiencias que tenemos desde el vientre materno ayudan a que construyamos un ego: ningún ser humano puede saltarse ese hecho, pues la vida está diseñada precisamente para integrar y trascender ese ego, para dejar de girar en las periferias pasionales para avanzar hacia el centro del amor.  Y, ante todo, esas pasiones surgieron como correspondencia a los aprendizajes fundamentales que hemos de desarrollar en la vida. El ego es la máscara que cubre nuestro verdadero ser, la que estamos llamados a quitarnos para tener una vida sana, plena y gozosa, que vaya más allá de la felicidad.  Libres de juicio.

Como las pasiones son sufrimiento y no amor, cada una de ellas nos encierra en cárceles que nos alejan de nuestra esencia.  La envidia nos imposibilita disfrutar la vida; la vanidad nos hace esclavos del qué dirán; la soberbia no nos deja expresar nuestras necesidades; la avaricia no nos permite vivir el flujo del dar y el recibir; la cobardía nos paraliza y nos hace dudar todo el tiempo; la irascibilidad nos impide aceptar la vida tal como es; la gula no deja que sintamos satisfacción con el momento presente; la lujuria nos sumerge en el placer con descuido; la pereza de mirarnos nos hace olvidarnos de nosotros mismos. 

Podemos reconocer que esas pasiones existen en nuestras vidas y que no nos dejan vivir en paz, aunque la pasión luzca atractiva. Mirar de frente a nuestras pasiones, sin juicio, es experimentar la compasión.  Sí, al amarnos con nuestras pasiones, atestiguando nuestras sombras, lo que nos hace padecer, podemos abrazarnos a nosotros mismos, autocontenernos, aceptar nuestras zonas oscuras y amarnos en y con ellas.  La sana autoestima pasa por la compasión, para que nuestro autoconcepto no se vea minado por nuestros errores, sino que estos nos permitan aprender y querernos sanamente con ellos.  Verdaderamente, cuando asumimos la responsabilidad de habernos equivocado, y de estar aprendiendo desde esos yerros, nuestro amor propio crece.  Lo digo por vivencia propia, no porque ya tenga plenamente integrado y trascendido mi ego, sino porque voy en el proceso, entre mis luces y mis sombras.

Tratarnos compasivamente es reconocer que aún somos pequeños, en el largo y eterno camino de la consciencia.  En realidad, somos como niños, aunque desde el ego virgen –sin trabajar– nos creamos muy grandes.  Si nos amamos como a nuestros niños, podremos ser tiernos y firmes con nosotros mismos.  Y, luego, con los demás.

@edoxvargas