Al igual que el resto del planeta, descubrí la literatura de Mo Yan hace 10 años, cuando su desconocido nombre fue susurrado por los labios de la Academia Sueca y dejó perplejo al mundo literario. Pero fue solo hasta varios años después que nuestro idilio quedaría sellado para siempre tras devorar su novela “Rana” entre el tedio de un tren que surcaba California. Aquel relato sobre la política del hijo único del Partido Comunista chino lo tenía todo: una encubierta crítica mordaz, humor negro del bueno, escenas de realismo mágico exquisitamente descritas y una inesperada referencia a Macondo en su capítulo final que me arrugó el corazón y coincidió con los últimos días entre los vivos de García Márquez.
Desde entonces, las letras de Mo Yan me han acompañado allí donde voy. Bien sea leyendo “Las Baladas del Ajo” en la soledad voluntaria de mis almuerzos de abogado de firma, rezando por un milagroso semáforo en rojo que detuviera el Transmilenio rumbo a la oficina para acabar un capítulo trepidante de “La República del Vino”, recreando mentalmente en un metro de Nueva York las místicas escenas bélicas descritas en “Sorgo Rojo”, perdiéndome en las 700 páginas de “La Vida y la Muerte me Están Desgastando” para fingir que no pasaba nada durante el confinamiento pandémico o desentrañando el misterio de los bigotes de tigre en “El Mapa del Tesoro Escondido” con la nieve cayendo de fondo sobre Madrid.
Es por ello que no he podido contener mi asombro luego de que, con la intención de hacerle un sencillo regalo de cumpleaños a un amigo y tras rebuscar en los catálogos de las principales librerías del país, me haya estrellado con la dolorosa realidad de que la literatura de Mo Yan está prácticamente extinta en Colombia. Una situación inexplicable cuando estamos hablando de un ganador del Premio Nobel vigente y galardonado hace menos de una década, que en tiempo literario no da para mucho más que escribir tres nuevas novelas.
Hoy por hoy, no es posible encontrar con facilidad ninguna de sus grandes obras, ni siquiera “Sorgo Rojo”, el equivalente en su canon a “Cien Años de Soledad”. Al lector solo le queda resignarse con cuentos largos como “El Rábano Transparente” o textos secundarios como “El Clan de los Herbívoros” y “¡Boom!”, sin poder hacerse con una copia de sus traducciones más reciente. Títulos recientes como “Los Bueyes”, “Júbilo” o “Una Carretera en Obras” tienen que importarse de España como si fueran artículos de lujo cual jamón ibérico de bellota.
Tenemos que hablar sobre lo que pasa con Mo Yan porque, como una apuesta por nuestro futuro cultural, a los ganadores del Premio Nobel debería dárseles un lugar fijo en el fondo de armario de las librerías del país. Sería una pérdida privar a los lectores colombianos de la maravillosa bibliografía de este autor, tanto por la actualmente disponible como por la futura, pues todavía existen muchísimas páginas de su cosecha que están ocultas tras la barrera idiomática de su chino natal pero que, eventualmente, algún día serán traducidas.